Nadie que haya leído la poesía de Juan Calzadilla (más de treinta títulos lo confirman, entre obras nuevas y antologías) observa el mundo de igual manera. Quiero decir que tras abrevar en ella, la realidad y la apariencia con que pretendemos aprehender nuestra idea de ser y de las cosas, nunca serán en adelante las mismas. Pareciera que el poeta más urbano del género entre nosotros quisiera desuadirnos de cierta creencia sobre la captación sensorial o mental que tenemos de nuestra visualización y transfiguración de nuestros vínculos con la tierra. Desde sus orígenes, dicha obra se ha orientado hacia esa determinación: convencernos de que somos unos ilusos en nuestro afán por atribuirle a las formas y a sus sombras, a lo visible y lo impalpable, a la vida misma y su traspatio metafísico, una propiedad personal que no nos merecemos y que, lo que es peor, usurpamos. He aquí, entonces, todo un ars poético, una praxis de la escritura obsesivamente orientada a comprobar tal confusión y semejante engaño. Para evidenciarlo, Calzadilla se vale de la ironía y del humor, sus dos armas más recurrentes. No hay libro suyo que lo distraiga de su propósito. Hoy, después de una existencia consagrada a su muy particular e inimitable labor, admiramos su coherencia.
Maestro de la poesía así entendida y así asumida, compórtase como un artesano de la palabra, a la que trabaja rehaciéndola siempre, retomando bocetos y acabados para recostruirlos de nuevos, sin por ello desbaratar la horma que los hace posibles.
Quienes solemos frecuentar su imaginario vivimos atentos a la aparición de una nueva producción suya porque sabemos que una sorpresiva confidencia nos ha de deparar su lectura, ora en prosa, ora en imágenes, o bien mediante la reflexión o mediante aforismos.
Así ocurre con su libro Vela de armas, publicado en el año 2005 y recientemente relanzado por la colección "Alfabeto del mundo" del sello El Árbol Editores, de la Dirección de Cultura del estado Táchira.
No más abrimos al azar sus páginas, la voz de Calzadilla nos amista con su ya conocida motivación escéptica. Un poema en prosa nos advierte una vez más que debemos desconfiar con lo que ocurre allá afuera o en nosotros. Mantengamos ojo avizor respecto a cierta lógica de la engañosa vividura moral. La escritura llámase"Paradojas". Escuchémosla:
Deberías haber salido antes de partir. Esto te hubiera evitado hacer el trayecto. Y te´habría permitido llegar sin moverte del sitio de partida, justo en el momento en que partías y sin pérdida de tiempo.
No diré pues que yo estaba en mi lugar porque a lo mejor era el lugar el que estaba en mí. Tampoco diré que yo estaba fuera de lugar porque a lo mejor era el lugar el que estaba fuera de mí.
Lector y seguidor de Michaux, asiduo frecuentador de la poesía moderna, de la que es figura descollante, Calzadilla ha sabido apartarse de las influencias logrando la originalidad de un lenguaje que consustancial con su comportamiendo existencial e intelectual.
Vela de armas acaso ilustre mejor que no pocos de los muchos títulos que conforman su obra poética ese lenguaje y esa ética que ha hecho tan propia y, como ya se ha dicho, tan irrepetible. Poesía del descreído, poesía del desconfiado, suerte de antilírica, a la que la lírica debe, paradójicamente, su savia nutricia y su materia, a la cual descarna y reordena con la punza y el escoplo de la desmitificación. De desacralizador lo acusarían los cultores de lo primoroso y el encantamiento. Es esa su autenticidad y es esa su ética. Yo diría que es un lírico por defecto, si por lírico entendemos la representación de lo real mediante su transformación en belleza pura, en orfebrería -en este caso- de la imagen como representación de la realidad real, o la que consideremos tal.
Versátil, o la misma y distinta, en todo caso siempre inventiva, la escritura poética de Calzadilla es por ello impostergable. Vela de armas confirma esa cualidad. A vuelta de página nos reserva un poema inesperado que se aparta de su habitual rumbo al espacio urbano y elige una dirección más bien telúrica, o con rasgos de rusticidad, aunque sin alejarse de la huella que constituye su norte franco. Dice así y es glosa de una frase prestada a Femando Pessoa.
Como hierba crecí y no me arrancaron y no era monte.
-¿Cómo confirmar la nada
si no es entregándosele?
Así he ardido en mi pais.
-¿Como lirio?
-No. Como monte.
La editorial tachirense, de la que es vigía y timón el poeta Ernesto Román, tuvo buen tino en ofrecernos esta nueva lectura de uno de los libros más emblemáticos de Juan Calzadilla. En él hallamos la síntesis de sus motivaciones y su estilo, sus apostasías poéticas. Nunca nos fue tan necesaria, nunca ha sido tan próxima a estos tiempos.
Tomado del libro "La lectura común" de Luis Alberto Crespo
Fundación Editorial El Perro y La Rana
Caracas 2010
Páginas: 173-176
No hay comentarios:
Publicar un comentario