-Gabriel Giménez Emán-
Desde hace muchos años, la figura de Juan Calzadilla está firmemente arraigada al desenvolviminiento del arte y de la poesía en Venezuela. Siendo él la mente más perspicaz para observar a artistas nuestros de cualquier tiempo, y de divulgar sin cesar a artistas de todas las tendencias, estilos y épocas, es también un artista, un dibujante dotado de una cualidad distinta en el momento de ejercer la poesía: no lo hace como un lírico consagrado o como un elevado bardo, sino que asume roles distintos, como el de meditar, a través de versos punsantes, acerca de la condición humana, el de reflexionar sobre la paradoja del existir cotidiano en su dimensiín más cruda, en un contexto emimentemente urbano, donde el hombre (la mujer, la humanidad) se ve a diario enfrentado a sus paradojas, a la enorme contradicción que implica saberse vivo y trascendente, y al mismo tiempo nimio e insignificante.
Sus textos nos enfrentan sensiblemente a estos dilemas, a tales retos ontológicos y a dudas existenciales, merced a un juego donde la filosofía va de la mano del humor: así podemos abrirnos paso en un laberinto de frases y aseveraciones que no poseen intención alguna de funcionar como aforismos o apotegmas; más bien se deslizan entre los intersticios del lenguaje para fundar una escritura que se ha venido depurando en el tiempo de cosas superfluas, presente desde sus libros tempranos (atesoro en mi biblioteca sus primeros poemas de los años 50) como Dictado por la jauría, Las contradicciones sobrenaturales, de los años 60, hasta Manual de extraños y Oh smog en los 70, hasta Diario para una poesía mínima en los 80, y luego en los 90 Malos modales y Diario sin sujeto, para arribar eb este siglo al libro que el lector tiene en sus manos: Epigramas y otras irreverencias, el cual contiene una buena dosis de algunos de aquéllos, selección con la que el Ministerio del Poder Popular para la Cultura quiere homenajearle en este VI Festival Mundial de Poesía, muy acertadamente.
En todos estos libros se observa un cuestionamiento del "arte poética", de la función de la poesía y del papel del poeta no sólo como observador del mundo, sino como observador de sí mismo, sometido a la inspección de la otredad, del fantasma que la expía cada vez que ejecuta el acto de escribir, sentir o pensar. Su escritura ha devenido entonces eb una suerte de hermenéutica, de ejercicio del logos y ha ido concentrando sus medios expresivos para indicarnos momentos de una crispación ontológica considerable, o bien se apunta hacia los métodos del silogismo para llevar a cabo una crítica implacable de cuanto aborda, al poner en tela de juicio fenómenos, sucesos o circunstancias, pero tambipen conceptos, nociones y percepciones, sacándoles brillos de inteligencia en la medida en que más los contrasta. Pudiera decirse que Calzadilla juega con la idea que habita en cada palabra para componer un texto cerrado sobre sí mismo, el cual gira sobre su eje para luego dejar el campo abierto a una reflexión que parodia actitudes y comportamientos humanos, sometiéndolos a un intenso análisis semántico, como si deseara arrebatarle a los vocablos jirones de sentido que se hallan perdidos en el lenguaje, -muy distintos a las metáforas o símiles de la poesía tradicional- para llevar a cabo una apuesta en escena de pequeños dramas o tragedias mínimas. Algo de ello experimento al leer la poesía de Calzadilla, la cual viene describiendo una de las líneas de desarrollo más congruentes con un lenguaje y un mundo interior de que tengamos noticia en América Latina.
Conocí a Juan en los añoa 70 en Mérida, cuando enseñaba y animaba trifulcas experimentales y editoriales en los talleres literarios de la Universidad de los Andes, en una Escuela de Letras asediada por convencionalismos académicos y políticos. Desde entonces le consideré un maestro, un hombre lúcido y generoso, que siempre ha tenido un aspecto juvenil y una sonrisa contagiosa. Y además, con una cara de despistado que, justamente cuando parece estar mirando distraído hacia otro lado, o no escucha bien o se está haciendo el sordo, es precisamente cuando está extrayéndole a la realidad los signos poéticos más insospechados.
San Felipe, mayo 2009
Prefacio del libro "Epigramas y otras irreverencias"
de Juan Calzadilla
Casa Nacional de las Letras Andrés Bello
2009/ Caracas
Páginas: 7-11
Gracias .... por publicar este breve texto sobre el gran Juan.
ResponderEliminarSi pueden corrijan mi primer apellido donde dice Giménez debe decir Jiménez