sábado, 1 de mayo de 2010

Reo de putrefacción. Viaje cenestésico



-Carlos Contramaestre-


Para leer Reo de putrefacción se necesita destruir esa falsa moral vestida con toga y brassieres. Pues se ofrece al lector una poesía que es como la digestión pesada de un rumiante -en plena erección- que nadie puede interrumpir y que en el fondo es casi un proyecto sanguinario. ¡Hasta cuándo la poesía es un modelo de continencia! ¡Hasta cuándo es una dama empolvada de virtud ambigua! No nos asustemos de que aparezca hinchada, cubierta de llagas, tumefacta. No nos asustemos de que los perros merodeen cerca de sus intestinos: ellos obtendrán la peor parte.

Si pretendemos ahondar, en ese ovillo purulento que es la poesía cenestésica de Juan Calzadilla, tendremos que empezar por equipar a nuestra vengativa Ballena con aparatos de alta precisión, que a su vez nos permitirá registrar sus más íntimas y variadas reacciones poético-víscero-vegetativas. Sin lugar a dudas, requerimos de aparatos de una sensibilidad superior a los utilizados por los cosmonautas, para la verificación de nuestro osado experimento. Si queremos asegurar, aún más, el éxito de nuestra investigación en el conocimiento profundo de Reo de putrefacción, será necesaria la aplicación de un método que estará dirigido a estimular en forma segmentaria, mediante un sadismo sistemático, las gónadas purificadas de la Ballena. De este modo estaremos excluyendo, deliberadamente, a los sentidos, y en general al conocido sistema de "vida de relación". Lo cenestésico no traduce aquí un sentido eufórico, deportivo de la existencia. Y mucho menos en Juan Calzadilla, atado en carne viva y salmuera a la siniestra y dramática aventura de la Ballena, quien rechaza a través de su poesía ese bienestar dulzón, esa cenestesia del burgués que alivia su conciencia cuando defeca.

Esta poesía es una invitación a viajar hacia dentro; es una invitación, sin regreso, a conocer a Jonás. Reclama para su mejor conocimiento que se arroje la costra cotidiana sensitiva, que el hombre enseñe sus tripas. Ella por sí sola pretende reducir a polvo cromosómico (naciente o muriente) a la oscuridad, en espera de la señal luminosa que será un grito como de órgano despedazado. Será entonces cuando se pondrá pie en un espacio mucoso que temblará como una bandera rebelde. Una claridad coloidal insólita bañará sus costas y los arponeros recorrerán sus bosques gelatinosos, sus paseos purulentos y la sangre del cetáseo. Reo de putrefacción, adornará su cielo.

Esto será el comienzo y diremos con T.W. Adorno: "la casa, tiene un tumor, de El techo florece una excrecencia carnosa". Y putrefacta.


Tomado de "El techo de la ballena - 1961 ANTOLOGÍA 1969-"
Octubre 2008
Páginas: 307-308

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