miércoles, 1 de julio de 2020

Juan Calzadilla




-Ana Felicia Núñez-


En los primeros poemas de Juan Calzadilla que datan desde 1958 hasta 1967 existe la presencia muy arraigada del campo. El hombre en su punto de origen, la infancia, el asombro. Para 1970, con el poemario Ciudadano sin fin, el imaginario se vuelve urbano. Vemos transitar el hombre “ciudadano” quien no se reconoce en su cuerpo, en sus oficios, en su andar. La ciudad es, sin duda, el tema de su poética. Sin embargo, dentro de esa selva urbana aparece en diversas alusiones reflejada la naturaleza.

La naturaleza tiene el brillo persistente de las máquinas (p. 13).
La yerba ocupa el sitio de las camas (p. 25).
A ciertas horas el mar se introduce a los patios de las mansiones (p. 25).
En agosto, cuando el pasto está maduro en el valle, los cuerpos adquieren la consistencia de los frutos… (p. 67).
Con la carencia del paisaje y la presencia de la ciudad Calzadilla crea un imaginario más íntimo que devela paso a paso el proceso de reconocimiento del hombre en otro espacio.
me he transformado en otro
y el papel me va bien
¿Y los paisajes?
La transformación ocurre en el poema con imágenes recurrentes pobladas de sombras, fantasmas, silencio.
Si, por caso, me pongo en camino/ encuentro que mis pisadas han dejado de pertenecerme (p. 33).
Observo en las paredes de mi cuarto fantasmas que tienen mi propio largo, que ríen con mi risa, que parpadean con mi único ojo sano y me llaman con una voz tímida y desproporcionadamente mía (p. 23).
El silencio es una manera de suspenderse. De permanecer incólume entre los dos mundos que lo habitan. Su poesía transcurre en un permanente ir y venir de la infancia a la selva de concreto que es la ciudad.

…soy eres somos el hecho en sí
la cosa que nada en grande
el ir y venir confundidos
en el punto donde nunca comienza (p. 41).

Calzadilla, al igual que Ramos Sucre, nos muestra paisajes, del campo y de la ciudad, panorámicos, macros, y al pasar la página encontramos el paisaje reducido al detalle.
Crea entonces un punto nulo donde confluyen todas sus voces con todas las voces de la ciudad. Desde allí describe la ciudad: mendigos, pillos, viudas, viejas, amantes, basura.
Todos una sola persona
Si el pensamiento avanza la sombra traiciona
pues sin saberlo cada individuo está formado
por multitud de seres que le precedieron y le siguen
La suma de mi cuerpo es la resta de todos
……………………..los demás cuerpos que me acompañan (p. 34).
Surge, paralelamente, un tercer Ser, una tercera voz, con un matiz más reflexivo, más interno. Nos recuerda Calzadilla el verso de Rimbaud “Yo es otro”. Entre un yo puro, ancestral, y el yo impregnado, atravesado por el otro, por lo otro; entrevemos siempre la carencia, la ausencia donde nace el poema.
Entre mi vida y mis actos se levantan las decisiones / que nunca tomo (p. 33).
Entre mi espíritu y yo se interponen mis trajes (p. 19).
…entre las voces y yo se levanta un falso péndulo (p. 51).
Esa otra voz de la que hablo la distinguimos en las pisadas, los gestos. Se transfigura, al igual que la realidad, está en constante cambio. Se mueve con sigilo. Ha mimetizado los movimientos del reptil, “el cuerpo sabe adaptarse siempre a las condiciones del terreno” (p. 30).
De niño adquirí el hábito de arrastrar los pies
(…)
Era la vía de aprendizaje para llegar a ser un ofidio. En consecuencia, si tenían que hablarme, mis enemigos bajaban la cabeza para asegurarse de que yo estaba en algún lado (p. 30).
De este modo se desliza por distintos escenarios y expresa su sentir como víctima de la ciudad, del monstruo urbano que lo apabulla. Su condición de animal rastrero le permite cavar en los bajos fondos de la ciudad y ficcionar perfiles de sus habitantes, tal como lo hace en Oh, smog (1977). El escritor Miguel Márquez ha dicho: “Sentencia desde la observación escatológica (de éskhatos, último, relativo a los muertos), desde una mirada estrábica, siempre con un ojo en el submundo, y hace del tiempo una metáfora muda y ensordecedora”, y el propio Calzadilla, en una entrevista que le hizo Franklin Fernández, dice: “Todo lo que hago está signado por el arriba y el debajo de las dos dimensiones del soporte plano”. Sentencia que nos permite relacionarlo además con la mirada de Ramos Sucre por aquello del paisaje inconmensurable, poblado de personajes heroicos de nuestra historia. Grandes campos de batallas pero también, el paisaje micro, el detalle cotidiano de la ciudad. Por ejemplo, en los poemas “Tiempos heroicos” y “Entonces” de Ramos Sucre, encontramos coincidencias con Calzadilla; en “Tiempos heroicos”, más que el tema, la relación está signada a la forma como miran. Calzadilla, al igual que Ramos Sucre, nos muestra paisajes, del campo y de la ciudad, panorámicos, macros, y al pasar la página encontramos el paisaje reducido al detalle: el perro, la calle, la oficina. Sin embargo, sí hay cierta afinidad en el tema, en la intención como abordan la ciudad.
La calle ha de ser larga, acabará donde se junten lejanas tinieblas; la formará una doble hilera de casas sin ningún intervalo para viva arboleda; la harán más tediosa enormes edificios que niegan a la vista el acceso al cielo (Ramos Sucre: 22).
Observando las calles, cualquiera diría que las casas continúan ocupadas, las tiendas abiertas, la vida a punto de comenzar después de una noche de tormenta. Pero no. La ciudad está sola desde hace mucho tiempo (Calzadilla: 25).
Si hemos dicho que Calzadilla rememora un paisaje del campo que devela su origen, un paisaje urbano que afirma su presente, mana también un paisaje interior que tiene de ambos, pero que por esta situación entra en un conflicto existencial. Se reconoce en lo urbano pero en la memoria persiste la naturaleza. De allí las imágenes recurrentes como metáforas de negación o resistencias. Suerte de realidad suspendida. Espacio de distensión entre el recuerdo y el porvenir. Pirámide invertida cuyo vértice predice la caída.
Ocupaciones
Enumero mis defectos, los marco con una cruz
…………………..colocándonos en orden de mayor a menor contra la pared
como si de mis hijos se tratara.
En fin construyo con ellos la pirámide de mi vida
…………………..desde donde me apresto a caer
…………………..Y caigo no de espalda sino de perfil
…………………..para estar de acuerdo conmigo mismo… (p. 33).



*Disponible en Letralia:
https://letralia.com/sala-de-ensayo/2017/09/04/juan-calzadilla-2/

El poeta cachorro, testimonio de Juan Calzadilla







-Antonio Trujillo-


El poeta cachorro


Lo que experimentaba yo con más fuerza
cuando iba de paseo por el campo era
el sentimiento de irresponsabilidad.
Un hombre que lleva, metido en un saco,
a su gallo de pelea, sabe a dónde va. También
la mujer que protege a su bebé con un pañuelo
de colores mientras intenta mantener
el equilibrio en medio del bamboleo del camión,
sabe a dónde va.
Los tipos agachados en un rincón de la plataforma,
guarecidos bajo el encerado para protegerse
del inclemente sol, dicen con sus gestos,
sin molestarse en confesarlo por el camino,
que saben a dónde van.
Y a todos les creeríamos.
Sólo el muchacho que mira irresponsablemente
hacia todos los lados sin perder detalle del paisaje
sabe a dónde no va.
Puesto que su meta es la inmensidad.


Este es un poema que hace memoria de aquellas excursiones que realizaban en el colegio, en las cuales a uno le tocaba como varón ir en la plataforma del camión. Se viajaba por todo el pie de monte o por la llanura hacia el sur del distrito Monagas. De Altagracia de Orituco hacia las estribaciones de la montaña de Guatopo. Uno iba como un turista, como un pasajero que no estaba en los planes del conductor, uno se coleaba como dicen, naturalmente, y sufría todos los embates, ¡imagínate! Una carretera llena de huecos que se van presentando. Uno observaba a los que iban junto con uno también en la plataforma que recorría el camión por el camino y estaban bastante ocupados en sus vidas, en lo que tenían que hacer, en su destino. Unos iban a vender naranjas, las frutas de sus granja; otros iban ocupados como el caso del gallero y su pelea, la madre con su niño, todos iban sumamente ocupados y pendientes de las tareas que iban a realizar.
Pero un muchacho no piensa en nada porque como dice Baudelaire: “viaja por el placer de viajar”, por supuesto no tiene absolutamente ninguna meta sino pues la aventura de la poesía, el encuentro con lo inesperado, con la belleza del paisaje, con lo que desconoce. Eso revela una sensibilidad, pero no es solo la de poeta, de artista sino quizás la de todos los muchachos que no tienen en sus vidas en ese momento de la adolescencia y de la juventud ningún plan, una meta concreta, entonces el poema trata de eso, y es posible que se refiera con mucha insistencia a un viaje que hice desde Altagracia de Orituco con el novelista ya fallecido, por cierto, Argenis Rodríguez, que nos llevó también en la plataforma de un camión desde Lezama- las cercanías de Altagracia de Orituco- hasta Cabruta. Fue una aventura muy interesante porque nos permitió ir descubriendo cosas del paisaje que no conocíamos y mucha comunicación con la gente, una verdadera aventura poética porque no teníamos absolutamente ningún propósito sino llegar hasta donde nos permitiera la bondad del conductor, un viaje que yo recuerdo con mucha pasión. Estuvimos en Cabruta y de allí pasamos a La Urbana que era propiamente a donde se dirigía el dueño del camión. Estuvimos allí dos días, pero Argenis se regresó, tenía premura por volver porque estaba trabajando en una librería, yo me quedé en La Urbana hasta que pasara el barco de la Venezolana de Navegación, que en ese momento todavía estaba activo, él viajaba desde Ature hasta la costa central, hasta La Guaira, pero yo hice la travesía desde Cabruta hasta Ciudad Bolívar.

Un trayecto donde se van un día y una noche muy interesantes también en pleno invierno y que me permitió quizá disfrutar de uno de los últimos viajes que hizo la Venezolana de Navegación en el Orinoco. Evidentemente tiene mucha fascinación poética porque tú cuentas relatos de escritores como Rufino Blanco Fombona que hizo toda esta travesía hasta Amazonas y también es una especie de anticipación a lo que va a pasar ahora, está a punto de iniciarse un tipo de navegación por el Orinoco hasta el Apure que evidentemente habría que anotarse. Este libro fue publicado en un Municipio llamado Líbano en Colombia, que publica una colección bajo la dirección del poeta Juan Manuel Roca, y éste es el Vol. 3, lo pone Doble Fondo porque son dos autores, en este caso Rómulo Bustos Aguirre, excelente poeta de Cartagena y gran amigo, y Juan Calzadilla. Este poema estaba publicado en Ecólogo de día feriado inicialmente, y extraje poemas de aquí, de allá, para hacer una antología que fuera representativa de mi obra.
Yo estudié en el Colegio Federal de Altagracia de Orituco la primaria y después continué en el Liceo Juan Vicente González aquí en Caracas. Hice primaria y secundaria, hasta cuarto año, en Altagracia y vine aquí a hacer el quinto año, porque allá no lo había, el quinto año no lo había en esa época que era Humanidades o Ciencias, entonces yo escogí Humanidades, era un liceo nocturno muy bueno.
Fue una infancia que tuvo mucho que ver con el campo, en mi familia había unos hacendados y mi abuelo también había fundado una hacienda de café en la parte que llaman El Tiamo, en la serranía de las estribaciones de Guatopo, entonces todas la vacaciones las pasábamos- de Semana Santa y de julio- con mi abuelo, o me iba yo con familiares, con los tíos también nos íbamos a pasar allá todo ese tiempo y eso es una cosa verdaderamente hermosa; eso es una finca de café, llena de atractivos, el campo, los caseríos, caballos, burros, todo eso era una cosa que motivaba mucho. Y eso duró mucho tiempo, yo estuve como hasta los 21 años yendo a haciendas de mis familiares, una de ellas hoy es parte del parque nacional que queda en un sitio que llaman Quebrada Grande, que queda a orillas del río Orituco, un sitio muy bello, mucha pesca, mucha cacería… De manera que la relación mía con el campo es un punto importante y se nota en muchas de las cosas que escribo, a pesar de que tratan de endilgarme cosas del urbanismo, pero bueno, yo creo que también en mi poesía soy una suerte en materia ecológica, vamos a decir que incluso el título de un libro es Ecólogo de día Feriado, después como una evocación de toda esa experiencia de la infancia, de la adolescencia y un poco también de la juventud, porque el proyecto mío, antes de ganar el premio que me hizo dedicarme a las letras, al periodismo, en 1953, cuando gané el premio del Festival Mundial de la Juventud y la seccional venezolana era Asociación de Periodistas Venezolanos, el proyecto era trabajar la agricultura en mi pueblo, en los valles del río Orituco, donde mis tíos tenían una hacienda, a mí me correspondía, como heredero, una pequeña parte, pero suficiente como para hacer una granja y el proyecto era quedarme ahí, pero me puse a mandar un poema a un concurso, un texto largo que trata sobre las montañas, la vida en ese paraíso, y el hecho de haber ganado el premio me hizo pensar que mejor me venía a Caracas, que me trasladara aquí, visto que en esa época era muy difícil terminar los estudios en la universidades, se la pasaban cerradas, entonces uno tenía que estar buscando qué hacer y bueno ha sido una vida toda muy llena de experiencias de ese tipo de exploración del país. Yo he vivido en Mérida, Barquisimeto, Maracaibo, Altagracia de Orituco, en Valencia, en Coro. ¡Qué cantidad de sitios donde he vivido! y qué bueno, han nutrido mi vida como para dedicarle en algún momento unas estrofas, unos versos, como me pasó con la lectura de Argenis Rodríguez en el sur del estado Guárico.
En aquella época uno para venir de Altagracia de Orituco, que queda como a 150 km, podía durar tres días, porque los ríos no tenían puente y era muy fácil que uno de los ríos estuviera crecido, eran tantos los pasos de río… recuerdo que una vez tardamos tres días en un sitio que llaman Carmen de Cura, son ríos que no tienen mucha agua en verano, pero en invierno son muy caudalosos, cuando llueve intensamente es imposible pasar, tienes que estar ahí el tiempo necesario, hasta que bajen los caudales.
Ahora tú vas a Altagracia en tres horas, desde Caracas. Fíjate, ésta es la aventura de un poema que viaja por una región.


*Testimonio publicado en Regiones Verbales. Los poemas cuentan su vida. Antonio Trujillo. Fundarte, 2014. Alcaldía de Caracas. 338 pp.

La condición urbana, de Juan Calzadilla




-Luis Ernesto Gómez-

En su diario, donde “nada real sucede”, el poeta nos muestra el otro lado de las situaciones haciendo gala de un ejercitado pensamiento lateral u oblicuo, un aceitado vaivén entre el absurdo y la realidad, donde muchas veces se confunden –el absurdo real o la realidad absurda-, que comulgan en la paradoja (véanse los poemas Comienzo de partida, La milla de oro) y una reflexividad constante se aviva producto de un ojo -o dos- que escruta(n) la realidad con una sensibilidad potenciada, como le presta atención en Diálogos y Ruinas del futuro“Hay diálogos para los que está de más decir / que no es preciso hacer uso de las palabras”.
Juan es un poeta de raza urbana, cacri de pedigree, ladra en el asfalto, pero que se sabe más allá de la simple etiqueta, le canta a la ciudad y se sabe ciudadano de ella. Ello podemos palparlo en los poemas  Este monstruo la ciudad, Bajo nuevo aviso, El habitante precavido, Satori, Iniquidades, de qué paisaje me hablas?, El espacio caníbal, Máscara de latón, Pavimento con nuevo comensal, Celebración caníbal, Piel de asfalto, Conexiones de arcilla, Aquel, El que huye de la ciudad huye de sí, Legítima defensa, Mala convivencia. Así dibuja con naturalidad situaciones con robos y armas, como en La bolsa o la vida, Smith Wesson 38, Postal perforada por un disparo, Bala perdida; accidentes de tránsito (Aún humea, Cruce de avenidas, Accidente); dilemas económicos (Plusvalía);  el ciudadano que empatiza y se asemeja a veces a los perros, él mismo parece serlo cada vez que puede (Las comunicaciones inexactas, Habla condensada la del perro, Si yo ladrara, Este monstruo la ciudad, El agorero). El ciudadano no siempre puritano, dialoga con el campo (Donde los ciudadanos evocan la vida rural),  porque viene de la naturaleza y va hacia ella maravillándose (Derecho a réplica, Paisaje con ruinas, Alborada del náufrago, Fui árbol y centella el mismo día).
Comparte con nosotros la visión del artista plástico ante la contaminación  de la playa (Naturaleza con fondo marino); el mercado del arte (Esta farsa no se detiene); la tecnología (un alud personalSoftware); intercambia imágenes ironizantes con los dichos populares (El uso de la equivocación es una manera de santificarla);  la visión crítica de la patria (Patria mía del humo, Oro del país). No podían faltar sendos retratos o diálogos con personajes históricos (El primer aviso, Humboldt, Camino de hormigas, Desagravio); retratos y homenajes a artistas (Blaise Cendrars, Alquimia del bárbaro, Piaff), y nadie nos protege de su forma particular de lidiar con problemas y noticias infames (Dolores de cabeza, Malas noticias); del escándalo (La condecoración);  de las situaciones aguafiestas (eso de morirse a medianoche)  y no deja escapar la oportunidad para poner la sociedad en el banquillo de los acusados como buen ciudadano (Balada del insatisfecho, Consejos de familia). Posiblemente algún lector se sienta aludido.  Sorprende la variedad temática, cuya aparente dispersión nos obliga darnos cuenta de un universo marítimo donde navegan temas recurrentes y cíclicos de una profunda humanidad inquieta y vigilante que nos lo muestra como un autor vinculado fuertemente con la realidad concreta que le circunda.
Un poeta que escudriña, sopesa y avalúa su palabra, hace gala de amarla,  argumenta su amor (Donde trato de explicarme, la cólera de los invisibles, las palabras no conocen el estado sólido, Crucifixión y muerte de la palabra), o de la frustración de no tenerlas (La voz a veces no me sale), y sabe que no le conviene mencionar su oficio poético ante una solicitud de tarjeta de crédito de un banco. Quizá le sea mejor decir que es ingeniero, médico, o a lo sumo, editor y no el poeta sin visa platónica de bienvenida a La República (El forastero, la levedad de la memoria), no el poeta provocador (Principios de urbanidad), no ese ser invisible en medio del camino, que escribe un diario donde “nada real sucede” -y vaya la paradoja, Juan es un poeta fuertemente vinculado a la realidad-, con su oficio esforzado y doliente, no reconocido y poco útil para la producción de capital y la sociedad de masas, aunque pueda destacarse al observar aristas diferenciales de la realidad, intangibles para el común de la gente -el común denominador-, no ese ser invisibilizado, engavetado.
Soy invisible.
Lo que ustedes están viendo es mi voz.
Que se vayan acostumbrando
Caracas, 21 de diciembre de 2018


Texto tomado del siguiente enlace:


El laberinto y la paradoja en la poesía de Juan Calzadilla



-Lubio Cardozo-



Artículo completo en el siguiente enlace:
http://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/viewFile/6503/6679

Juan Calzadilla: invitación a un paisaje sin lugar



-Robinson Quintero Ossa-

El descubrimiento de un buen poeta en la vida de un hombre, sea este un iniciado en la poesía o apenas un eventual explorador de ella, es como el descubrimiento de un nuevo amigo que, con el tiempo, se hace entrañable. No por cosas del azar un lector encuentra en determinado poeta el amigo que le acompañará de allí en adelante. De esta magnitud afectiva y espiritual es el encuentro con Juan Calzadilla. En un comienzo el poeta ofrece un trato que, para quien apenas lo conoce, es desconcertante, difícil: es un recién conocido que no entrega fácilmente su confianza. Sin embargo, cuando se logra al fin ganar su cercanía, cuando nos hacemos cómplices de su palabra, es un amigo que se entrega por completo, como ese que, cabal en todo sentido, nos enfrenta y cuestiona sin la más mínima condescendencia.

Calzadilla es un poeta que invita al lector a una suerte de trampa, a una aventura que aun cuando pueda convertirse en un mal trago, ya en la resaca nos entrega un premio: su lucidez. Desde un comienzo, el lector debe ir dispuesto a que lo pongan contra la pared, a asumir incluso el que en un momento dado el poeta se burle de él, como lo hace de sí mismo, que lo desnude, como lo hace con él mismo. Y esto porque en sus textos el venezolano va de continuo poniéndolo todo en duda, cuestionándolo todo, asumiendo una conciencia extrema de las cosas, sin concesiones. El autor interroga, sondea, coteja, construye, trata de darle una salida afortunada al lector, para terminar por dejarlo mordido por la duda, impío, perturbado, vivo o, en una sola palabra, lúcido. Quienes lo leen, entonces, se encuentran ante sus poemas como ante un juego sin resolución, o que no se resuelve como habría de esperarse, al punto de que nada extraño sería el que nos sintiésemos, con versos de Tennesse Williams, “como niños armando el nombre de Dios / con un rompecabezas que está equivocado”.

En general, la obra de Calzadilla es un gran arte poética, lo que quiere decir, un continuo ejercicio de reflexión. Lo anterior dice también de una alta dosis de inteligencia en sus escritos, tan palpable que uno no deja de preguntarse de si además de ante un poeta, no estamos también frente a un profesional de la inteligencia. Sin embargo, lo que en otros no deja de ser cargante, en el poeta venezolano se enriquece por el hecho de que este último es dueño de una sensibilidad poco común, extraña, cuya mayor cualidad radica en el hecho de llevar la palabra a lo que se podría llamar una poética de la causticidad. Toda su obra es un divertimento en el que se tocan de continuo el pensamiento conceptual y la imaginación. Esta singularidad, en últimas, es lo que define su voz, lo que le confiere un carácter propio a su obra. La evidente perspicacia en sus poemas no está puesta al servicio de lo “profundo”, de lo técnicamente literario, sino más bien en función de una claridad que en nada riñe con el humor o con la ironía, y que en modo alguno implica el abandono de la sutileza, del pensamiento llevado a su máximo refinamiento.

Estas, creo yo, son las mayores cualidades y la mejor enseñanza que nos deja su experiencia poética, en la que la ciudad, y dentro de ella el hombre con sus “mínimos” males, está siempre presente como tema central. Calzadilla representa, con fidelidad, la auténtica conciencia de lo que puede definirse como un ser urbano. El autor de Oh Smog Diario para una poesía mínima, dos de sus libros representativos, conoce todos los recovecos de la urbe, pero no  la urbe en un sentido figurativo sino más bien abstracto. Lo imagino, aunque parezca absurda la comparación, como un Whitman que camina sus calles, mas no airoso, no exaltado por la sensualidad, no llamando a la creación de una gran nación, sino meditativo y alerta, lleno de intimidad, construyendo una nación de más pertinencia y más común a todos los hombres, la nación del pensamiento: ese paisaje sin lugar.

Sirvan las presentes notas para brindar desde estas páginas reconocimiento a una voz que, en el actual panorama de la poesía hispanoamericana, no tiene paragón y que –por lo mismo– aporta con su obra un registro nuevo a las palabras y a la sensibilidad de quienes saben permanecer atentos, de los que todavía no caen adormecidos por las verdades hechas, por las academias, por los programas, por el lugar común; una voz que ha sabido asumir esta intranquilizante paradoja: “la única tradición que debe permitirse el poeta es la del futuro”.

Invito a los que aún no leen los poemas de Juan Calzadilla para que conozcan a alguien que puede ser, en palabras de Wallace Stevens, “un amigo más amigo que el mejor amigo”.


*Texto tomado de la revista Otro Páramo: