miércoles, 1 de julio de 2020

Juan Calzadilla




-Ana Felicia Núñez-


En los primeros poemas de Juan Calzadilla que datan desde 1958 hasta 1967 existe la presencia muy arraigada del campo. El hombre en su punto de origen, la infancia, el asombro. Para 1970, con el poemario Ciudadano sin fin, el imaginario se vuelve urbano. Vemos transitar el hombre “ciudadano” quien no se reconoce en su cuerpo, en sus oficios, en su andar. La ciudad es, sin duda, el tema de su poética. Sin embargo, dentro de esa selva urbana aparece en diversas alusiones reflejada la naturaleza.

La naturaleza tiene el brillo persistente de las máquinas (p. 13).
La yerba ocupa el sitio de las camas (p. 25).
A ciertas horas el mar se introduce a los patios de las mansiones (p. 25).
En agosto, cuando el pasto está maduro en el valle, los cuerpos adquieren la consistencia de los frutos… (p. 67).
Con la carencia del paisaje y la presencia de la ciudad Calzadilla crea un imaginario más íntimo que devela paso a paso el proceso de reconocimiento del hombre en otro espacio.
me he transformado en otro
y el papel me va bien
¿Y los paisajes?
La transformación ocurre en el poema con imágenes recurrentes pobladas de sombras, fantasmas, silencio.
Si, por caso, me pongo en camino/ encuentro que mis pisadas han dejado de pertenecerme (p. 33).
Observo en las paredes de mi cuarto fantasmas que tienen mi propio largo, que ríen con mi risa, que parpadean con mi único ojo sano y me llaman con una voz tímida y desproporcionadamente mía (p. 23).
El silencio es una manera de suspenderse. De permanecer incólume entre los dos mundos que lo habitan. Su poesía transcurre en un permanente ir y venir de la infancia a la selva de concreto que es la ciudad.

…soy eres somos el hecho en sí
la cosa que nada en grande
el ir y venir confundidos
en el punto donde nunca comienza (p. 41).

Calzadilla, al igual que Ramos Sucre, nos muestra paisajes, del campo y de la ciudad, panorámicos, macros, y al pasar la página encontramos el paisaje reducido al detalle.
Crea entonces un punto nulo donde confluyen todas sus voces con todas las voces de la ciudad. Desde allí describe la ciudad: mendigos, pillos, viudas, viejas, amantes, basura.
Todos una sola persona
Si el pensamiento avanza la sombra traiciona
pues sin saberlo cada individuo está formado
por multitud de seres que le precedieron y le siguen
La suma de mi cuerpo es la resta de todos
……………………..los demás cuerpos que me acompañan (p. 34).
Surge, paralelamente, un tercer Ser, una tercera voz, con un matiz más reflexivo, más interno. Nos recuerda Calzadilla el verso de Rimbaud “Yo es otro”. Entre un yo puro, ancestral, y el yo impregnado, atravesado por el otro, por lo otro; entrevemos siempre la carencia, la ausencia donde nace el poema.
Entre mi vida y mis actos se levantan las decisiones / que nunca tomo (p. 33).
Entre mi espíritu y yo se interponen mis trajes (p. 19).
…entre las voces y yo se levanta un falso péndulo (p. 51).
Esa otra voz de la que hablo la distinguimos en las pisadas, los gestos. Se transfigura, al igual que la realidad, está en constante cambio. Se mueve con sigilo. Ha mimetizado los movimientos del reptil, “el cuerpo sabe adaptarse siempre a las condiciones del terreno” (p. 30).
De niño adquirí el hábito de arrastrar los pies
(…)
Era la vía de aprendizaje para llegar a ser un ofidio. En consecuencia, si tenían que hablarme, mis enemigos bajaban la cabeza para asegurarse de que yo estaba en algún lado (p. 30).
De este modo se desliza por distintos escenarios y expresa su sentir como víctima de la ciudad, del monstruo urbano que lo apabulla. Su condición de animal rastrero le permite cavar en los bajos fondos de la ciudad y ficcionar perfiles de sus habitantes, tal como lo hace en Oh, smog (1977). El escritor Miguel Márquez ha dicho: “Sentencia desde la observación escatológica (de éskhatos, último, relativo a los muertos), desde una mirada estrábica, siempre con un ojo en el submundo, y hace del tiempo una metáfora muda y ensordecedora”, y el propio Calzadilla, en una entrevista que le hizo Franklin Fernández, dice: “Todo lo que hago está signado por el arriba y el debajo de las dos dimensiones del soporte plano”. Sentencia que nos permite relacionarlo además con la mirada de Ramos Sucre por aquello del paisaje inconmensurable, poblado de personajes heroicos de nuestra historia. Grandes campos de batallas pero también, el paisaje micro, el detalle cotidiano de la ciudad. Por ejemplo, en los poemas “Tiempos heroicos” y “Entonces” de Ramos Sucre, encontramos coincidencias con Calzadilla; en “Tiempos heroicos”, más que el tema, la relación está signada a la forma como miran. Calzadilla, al igual que Ramos Sucre, nos muestra paisajes, del campo y de la ciudad, panorámicos, macros, y al pasar la página encontramos el paisaje reducido al detalle: el perro, la calle, la oficina. Sin embargo, sí hay cierta afinidad en el tema, en la intención como abordan la ciudad.
La calle ha de ser larga, acabará donde se junten lejanas tinieblas; la formará una doble hilera de casas sin ningún intervalo para viva arboleda; la harán más tediosa enormes edificios que niegan a la vista el acceso al cielo (Ramos Sucre: 22).
Observando las calles, cualquiera diría que las casas continúan ocupadas, las tiendas abiertas, la vida a punto de comenzar después de una noche de tormenta. Pero no. La ciudad está sola desde hace mucho tiempo (Calzadilla: 25).
Si hemos dicho que Calzadilla rememora un paisaje del campo que devela su origen, un paisaje urbano que afirma su presente, mana también un paisaje interior que tiene de ambos, pero que por esta situación entra en un conflicto existencial. Se reconoce en lo urbano pero en la memoria persiste la naturaleza. De allí las imágenes recurrentes como metáforas de negación o resistencias. Suerte de realidad suspendida. Espacio de distensión entre el recuerdo y el porvenir. Pirámide invertida cuyo vértice predice la caída.
Ocupaciones
Enumero mis defectos, los marco con una cruz
…………………..colocándonos en orden de mayor a menor contra la pared
como si de mis hijos se tratara.
En fin construyo con ellos la pirámide de mi vida
…………………..desde donde me apresto a caer
…………………..Y caigo no de espalda sino de perfil
…………………..para estar de acuerdo conmigo mismo… (p. 33).



*Disponible en Letralia:
https://letralia.com/sala-de-ensayo/2017/09/04/juan-calzadilla-2/

El poeta cachorro, testimonio de Juan Calzadilla







-Antonio Trujillo-


El poeta cachorro


Lo que experimentaba yo con más fuerza
cuando iba de paseo por el campo era
el sentimiento de irresponsabilidad.
Un hombre que lleva, metido en un saco,
a su gallo de pelea, sabe a dónde va. También
la mujer que protege a su bebé con un pañuelo
de colores mientras intenta mantener
el equilibrio en medio del bamboleo del camión,
sabe a dónde va.
Los tipos agachados en un rincón de la plataforma,
guarecidos bajo el encerado para protegerse
del inclemente sol, dicen con sus gestos,
sin molestarse en confesarlo por el camino,
que saben a dónde van.
Y a todos les creeríamos.
Sólo el muchacho que mira irresponsablemente
hacia todos los lados sin perder detalle del paisaje
sabe a dónde no va.
Puesto que su meta es la inmensidad.


Este es un poema que hace memoria de aquellas excursiones que realizaban en el colegio, en las cuales a uno le tocaba como varón ir en la plataforma del camión. Se viajaba por todo el pie de monte o por la llanura hacia el sur del distrito Monagas. De Altagracia de Orituco hacia las estribaciones de la montaña de Guatopo. Uno iba como un turista, como un pasajero que no estaba en los planes del conductor, uno se coleaba como dicen, naturalmente, y sufría todos los embates, ¡imagínate! Una carretera llena de huecos que se van presentando. Uno observaba a los que iban junto con uno también en la plataforma que recorría el camión por el camino y estaban bastante ocupados en sus vidas, en lo que tenían que hacer, en su destino. Unos iban a vender naranjas, las frutas de sus granja; otros iban ocupados como el caso del gallero y su pelea, la madre con su niño, todos iban sumamente ocupados y pendientes de las tareas que iban a realizar.
Pero un muchacho no piensa en nada porque como dice Baudelaire: “viaja por el placer de viajar”, por supuesto no tiene absolutamente ninguna meta sino pues la aventura de la poesía, el encuentro con lo inesperado, con la belleza del paisaje, con lo que desconoce. Eso revela una sensibilidad, pero no es solo la de poeta, de artista sino quizás la de todos los muchachos que no tienen en sus vidas en ese momento de la adolescencia y de la juventud ningún plan, una meta concreta, entonces el poema trata de eso, y es posible que se refiera con mucha insistencia a un viaje que hice desde Altagracia de Orituco con el novelista ya fallecido, por cierto, Argenis Rodríguez, que nos llevó también en la plataforma de un camión desde Lezama- las cercanías de Altagracia de Orituco- hasta Cabruta. Fue una aventura muy interesante porque nos permitió ir descubriendo cosas del paisaje que no conocíamos y mucha comunicación con la gente, una verdadera aventura poética porque no teníamos absolutamente ningún propósito sino llegar hasta donde nos permitiera la bondad del conductor, un viaje que yo recuerdo con mucha pasión. Estuvimos en Cabruta y de allí pasamos a La Urbana que era propiamente a donde se dirigía el dueño del camión. Estuvimos allí dos días, pero Argenis se regresó, tenía premura por volver porque estaba trabajando en una librería, yo me quedé en La Urbana hasta que pasara el barco de la Venezolana de Navegación, que en ese momento todavía estaba activo, él viajaba desde Ature hasta la costa central, hasta La Guaira, pero yo hice la travesía desde Cabruta hasta Ciudad Bolívar.

Un trayecto donde se van un día y una noche muy interesantes también en pleno invierno y que me permitió quizá disfrutar de uno de los últimos viajes que hizo la Venezolana de Navegación en el Orinoco. Evidentemente tiene mucha fascinación poética porque tú cuentas relatos de escritores como Rufino Blanco Fombona que hizo toda esta travesía hasta Amazonas y también es una especie de anticipación a lo que va a pasar ahora, está a punto de iniciarse un tipo de navegación por el Orinoco hasta el Apure que evidentemente habría que anotarse. Este libro fue publicado en un Municipio llamado Líbano en Colombia, que publica una colección bajo la dirección del poeta Juan Manuel Roca, y éste es el Vol. 3, lo pone Doble Fondo porque son dos autores, en este caso Rómulo Bustos Aguirre, excelente poeta de Cartagena y gran amigo, y Juan Calzadilla. Este poema estaba publicado en Ecólogo de día feriado inicialmente, y extraje poemas de aquí, de allá, para hacer una antología que fuera representativa de mi obra.
Yo estudié en el Colegio Federal de Altagracia de Orituco la primaria y después continué en el Liceo Juan Vicente González aquí en Caracas. Hice primaria y secundaria, hasta cuarto año, en Altagracia y vine aquí a hacer el quinto año, porque allá no lo había, el quinto año no lo había en esa época que era Humanidades o Ciencias, entonces yo escogí Humanidades, era un liceo nocturno muy bueno.
Fue una infancia que tuvo mucho que ver con el campo, en mi familia había unos hacendados y mi abuelo también había fundado una hacienda de café en la parte que llaman El Tiamo, en la serranía de las estribaciones de Guatopo, entonces todas la vacaciones las pasábamos- de Semana Santa y de julio- con mi abuelo, o me iba yo con familiares, con los tíos también nos íbamos a pasar allá todo ese tiempo y eso es una cosa verdaderamente hermosa; eso es una finca de café, llena de atractivos, el campo, los caseríos, caballos, burros, todo eso era una cosa que motivaba mucho. Y eso duró mucho tiempo, yo estuve como hasta los 21 años yendo a haciendas de mis familiares, una de ellas hoy es parte del parque nacional que queda en un sitio que llaman Quebrada Grande, que queda a orillas del río Orituco, un sitio muy bello, mucha pesca, mucha cacería… De manera que la relación mía con el campo es un punto importante y se nota en muchas de las cosas que escribo, a pesar de que tratan de endilgarme cosas del urbanismo, pero bueno, yo creo que también en mi poesía soy una suerte en materia ecológica, vamos a decir que incluso el título de un libro es Ecólogo de día Feriado, después como una evocación de toda esa experiencia de la infancia, de la adolescencia y un poco también de la juventud, porque el proyecto mío, antes de ganar el premio que me hizo dedicarme a las letras, al periodismo, en 1953, cuando gané el premio del Festival Mundial de la Juventud y la seccional venezolana era Asociación de Periodistas Venezolanos, el proyecto era trabajar la agricultura en mi pueblo, en los valles del río Orituco, donde mis tíos tenían una hacienda, a mí me correspondía, como heredero, una pequeña parte, pero suficiente como para hacer una granja y el proyecto era quedarme ahí, pero me puse a mandar un poema a un concurso, un texto largo que trata sobre las montañas, la vida en ese paraíso, y el hecho de haber ganado el premio me hizo pensar que mejor me venía a Caracas, que me trasladara aquí, visto que en esa época era muy difícil terminar los estudios en la universidades, se la pasaban cerradas, entonces uno tenía que estar buscando qué hacer y bueno ha sido una vida toda muy llena de experiencias de ese tipo de exploración del país. Yo he vivido en Mérida, Barquisimeto, Maracaibo, Altagracia de Orituco, en Valencia, en Coro. ¡Qué cantidad de sitios donde he vivido! y qué bueno, han nutrido mi vida como para dedicarle en algún momento unas estrofas, unos versos, como me pasó con la lectura de Argenis Rodríguez en el sur del estado Guárico.
En aquella época uno para venir de Altagracia de Orituco, que queda como a 150 km, podía durar tres días, porque los ríos no tenían puente y era muy fácil que uno de los ríos estuviera crecido, eran tantos los pasos de río… recuerdo que una vez tardamos tres días en un sitio que llaman Carmen de Cura, son ríos que no tienen mucha agua en verano, pero en invierno son muy caudalosos, cuando llueve intensamente es imposible pasar, tienes que estar ahí el tiempo necesario, hasta que bajen los caudales.
Ahora tú vas a Altagracia en tres horas, desde Caracas. Fíjate, ésta es la aventura de un poema que viaja por una región.


*Testimonio publicado en Regiones Verbales. Los poemas cuentan su vida. Antonio Trujillo. Fundarte, 2014. Alcaldía de Caracas. 338 pp.

La condición urbana, de Juan Calzadilla




-Luis Ernesto Gómez-

En su diario, donde “nada real sucede”, el poeta nos muestra el otro lado de las situaciones haciendo gala de un ejercitado pensamiento lateral u oblicuo, un aceitado vaivén entre el absurdo y la realidad, donde muchas veces se confunden –el absurdo real o la realidad absurda-, que comulgan en la paradoja (véanse los poemas Comienzo de partida, La milla de oro) y una reflexividad constante se aviva producto de un ojo -o dos- que escruta(n) la realidad con una sensibilidad potenciada, como le presta atención en Diálogos y Ruinas del futuro“Hay diálogos para los que está de más decir / que no es preciso hacer uso de las palabras”.
Juan es un poeta de raza urbana, cacri de pedigree, ladra en el asfalto, pero que se sabe más allá de la simple etiqueta, le canta a la ciudad y se sabe ciudadano de ella. Ello podemos palparlo en los poemas  Este monstruo la ciudad, Bajo nuevo aviso, El habitante precavido, Satori, Iniquidades, de qué paisaje me hablas?, El espacio caníbal, Máscara de latón, Pavimento con nuevo comensal, Celebración caníbal, Piel de asfalto, Conexiones de arcilla, Aquel, El que huye de la ciudad huye de sí, Legítima defensa, Mala convivencia. Así dibuja con naturalidad situaciones con robos y armas, como en La bolsa o la vida, Smith Wesson 38, Postal perforada por un disparo, Bala perdida; accidentes de tránsito (Aún humea, Cruce de avenidas, Accidente); dilemas económicos (Plusvalía);  el ciudadano que empatiza y se asemeja a veces a los perros, él mismo parece serlo cada vez que puede (Las comunicaciones inexactas, Habla condensada la del perro, Si yo ladrara, Este monstruo la ciudad, El agorero). El ciudadano no siempre puritano, dialoga con el campo (Donde los ciudadanos evocan la vida rural),  porque viene de la naturaleza y va hacia ella maravillándose (Derecho a réplica, Paisaje con ruinas, Alborada del náufrago, Fui árbol y centella el mismo día).
Comparte con nosotros la visión del artista plástico ante la contaminación  de la playa (Naturaleza con fondo marino); el mercado del arte (Esta farsa no se detiene); la tecnología (un alud personalSoftware); intercambia imágenes ironizantes con los dichos populares (El uso de la equivocación es una manera de santificarla);  la visión crítica de la patria (Patria mía del humo, Oro del país). No podían faltar sendos retratos o diálogos con personajes históricos (El primer aviso, Humboldt, Camino de hormigas, Desagravio); retratos y homenajes a artistas (Blaise Cendrars, Alquimia del bárbaro, Piaff), y nadie nos protege de su forma particular de lidiar con problemas y noticias infames (Dolores de cabeza, Malas noticias); del escándalo (La condecoración);  de las situaciones aguafiestas (eso de morirse a medianoche)  y no deja escapar la oportunidad para poner la sociedad en el banquillo de los acusados como buen ciudadano (Balada del insatisfecho, Consejos de familia). Posiblemente algún lector se sienta aludido.  Sorprende la variedad temática, cuya aparente dispersión nos obliga darnos cuenta de un universo marítimo donde navegan temas recurrentes y cíclicos de una profunda humanidad inquieta y vigilante que nos lo muestra como un autor vinculado fuertemente con la realidad concreta que le circunda.
Un poeta que escudriña, sopesa y avalúa su palabra, hace gala de amarla,  argumenta su amor (Donde trato de explicarme, la cólera de los invisibles, las palabras no conocen el estado sólido, Crucifixión y muerte de la palabra), o de la frustración de no tenerlas (La voz a veces no me sale), y sabe que no le conviene mencionar su oficio poético ante una solicitud de tarjeta de crédito de un banco. Quizá le sea mejor decir que es ingeniero, médico, o a lo sumo, editor y no el poeta sin visa platónica de bienvenida a La República (El forastero, la levedad de la memoria), no el poeta provocador (Principios de urbanidad), no ese ser invisible en medio del camino, que escribe un diario donde “nada real sucede” -y vaya la paradoja, Juan es un poeta fuertemente vinculado a la realidad-, con su oficio esforzado y doliente, no reconocido y poco útil para la producción de capital y la sociedad de masas, aunque pueda destacarse al observar aristas diferenciales de la realidad, intangibles para el común de la gente -el común denominador-, no ese ser invisibilizado, engavetado.
Soy invisible.
Lo que ustedes están viendo es mi voz.
Que se vayan acostumbrando
Caracas, 21 de diciembre de 2018


Texto tomado del siguiente enlace:


El laberinto y la paradoja en la poesía de Juan Calzadilla



-Lubio Cardozo-



Artículo completo en el siguiente enlace:
http://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/viewFile/6503/6679

Juan Calzadilla: invitación a un paisaje sin lugar



-Robinson Quintero Ossa-

El descubrimiento de un buen poeta en la vida de un hombre, sea este un iniciado en la poesía o apenas un eventual explorador de ella, es como el descubrimiento de un nuevo amigo que, con el tiempo, se hace entrañable. No por cosas del azar un lector encuentra en determinado poeta el amigo que le acompañará de allí en adelante. De esta magnitud afectiva y espiritual es el encuentro con Juan Calzadilla. En un comienzo el poeta ofrece un trato que, para quien apenas lo conoce, es desconcertante, difícil: es un recién conocido que no entrega fácilmente su confianza. Sin embargo, cuando se logra al fin ganar su cercanía, cuando nos hacemos cómplices de su palabra, es un amigo que se entrega por completo, como ese que, cabal en todo sentido, nos enfrenta y cuestiona sin la más mínima condescendencia.

Calzadilla es un poeta que invita al lector a una suerte de trampa, a una aventura que aun cuando pueda convertirse en un mal trago, ya en la resaca nos entrega un premio: su lucidez. Desde un comienzo, el lector debe ir dispuesto a que lo pongan contra la pared, a asumir incluso el que en un momento dado el poeta se burle de él, como lo hace de sí mismo, que lo desnude, como lo hace con él mismo. Y esto porque en sus textos el venezolano va de continuo poniéndolo todo en duda, cuestionándolo todo, asumiendo una conciencia extrema de las cosas, sin concesiones. El autor interroga, sondea, coteja, construye, trata de darle una salida afortunada al lector, para terminar por dejarlo mordido por la duda, impío, perturbado, vivo o, en una sola palabra, lúcido. Quienes lo leen, entonces, se encuentran ante sus poemas como ante un juego sin resolución, o que no se resuelve como habría de esperarse, al punto de que nada extraño sería el que nos sintiésemos, con versos de Tennesse Williams, “como niños armando el nombre de Dios / con un rompecabezas que está equivocado”.

En general, la obra de Calzadilla es un gran arte poética, lo que quiere decir, un continuo ejercicio de reflexión. Lo anterior dice también de una alta dosis de inteligencia en sus escritos, tan palpable que uno no deja de preguntarse de si además de ante un poeta, no estamos también frente a un profesional de la inteligencia. Sin embargo, lo que en otros no deja de ser cargante, en el poeta venezolano se enriquece por el hecho de que este último es dueño de una sensibilidad poco común, extraña, cuya mayor cualidad radica en el hecho de llevar la palabra a lo que se podría llamar una poética de la causticidad. Toda su obra es un divertimento en el que se tocan de continuo el pensamiento conceptual y la imaginación. Esta singularidad, en últimas, es lo que define su voz, lo que le confiere un carácter propio a su obra. La evidente perspicacia en sus poemas no está puesta al servicio de lo “profundo”, de lo técnicamente literario, sino más bien en función de una claridad que en nada riñe con el humor o con la ironía, y que en modo alguno implica el abandono de la sutileza, del pensamiento llevado a su máximo refinamiento.

Estas, creo yo, son las mayores cualidades y la mejor enseñanza que nos deja su experiencia poética, en la que la ciudad, y dentro de ella el hombre con sus “mínimos” males, está siempre presente como tema central. Calzadilla representa, con fidelidad, la auténtica conciencia de lo que puede definirse como un ser urbano. El autor de Oh Smog Diario para una poesía mínima, dos de sus libros representativos, conoce todos los recovecos de la urbe, pero no  la urbe en un sentido figurativo sino más bien abstracto. Lo imagino, aunque parezca absurda la comparación, como un Whitman que camina sus calles, mas no airoso, no exaltado por la sensualidad, no llamando a la creación de una gran nación, sino meditativo y alerta, lleno de intimidad, construyendo una nación de más pertinencia y más común a todos los hombres, la nación del pensamiento: ese paisaje sin lugar.

Sirvan las presentes notas para brindar desde estas páginas reconocimiento a una voz que, en el actual panorama de la poesía hispanoamericana, no tiene paragón y que –por lo mismo– aporta con su obra un registro nuevo a las palabras y a la sensibilidad de quienes saben permanecer atentos, de los que todavía no caen adormecidos por las verdades hechas, por las academias, por los programas, por el lugar común; una voz que ha sabido asumir esta intranquilizante paradoja: “la única tradición que debe permitirse el poeta es la del futuro”.

Invito a los que aún no leen los poemas de Juan Calzadilla para que conozcan a alguien que puede ser, en palabras de Wallace Stevens, “un amigo más amigo que el mejor amigo”.


*Texto tomado de la revista Otro Páramo:



martes, 30 de junio de 2020

Poesía por mandato

Retrato de José Antonio Rosales




-Néstor Mendoza-

Regreso a la escritura de Juan Calzadilla, luego de varios años de oportuno silencio. Voluntariamente he dejado que se convierta en una pulsación natural. Dejé de leerlo con fruición adolescente: ahora me acerco con la tranquilidad necesaria para no decir más o decir menos, para no caer en el abrazo que comprime o en el saludo forzoso.

Al redactar estas anotaciones apelo a la extrañeza. Si un poeta es capaz de resistir segundas y terceras lecturas, después de años de reposo y olvido, entonces ha alcanzado la virtud de la permanencia. El alejamiento voluntario aclara un poco los argumentos, define mejor los contornos. Lo he podido corroborar en su poema “Los cazadores orantes”; el largo aliento de la versificación, la descripción sopesada y delicada que ahora renueva los gustos y la cercanía: “El misterio ampara/ y convierte en prodigio el celaje/de la imagen que al deslizarse/deja sólo de sí la resonancia móvil/de una fronda de cambiantes colores”.

Realizo una sesión de calentamiento, estiro los músculos y me preparo para este nuevo contacto. Ya no se trata de los tópicos habituales, del yo que se fragmenta o del transeúnte contradictorio de la ciudad. Lo que me atrae no es el discurso meta-textual, que seduce al primer acercamiento. Ahora busco los pliegues y las estrías, el leve silbido que se esconde en el interior del caracol. Calzadilla es más estimulante en la medida en que elude por un momento los reflejos de la alteridad: cuando se olvida del cuarto de los espejos.

Desde hace dos décadas aproximadamente, casi todas sus publicaciones han aparecido bajo formas antológicas. Los textos van configurando un nuevo volumen: ocupan un nuevo lugar y una nueva distribución. Diríase que se trata de un juego en el cual las cartas (piezas, poemas) permutan sus posiciones originales, logrando así nuevas lecturas y visiones. Lo ha expresado en su propia obra: “Mi movilidad es lo que hace que viva”. Calzadilla es un corrector de estilo, incisivo y exigente.

Una cosa podemos resaltar: en este libro reciente, nuestro poeta ha delimitado sus textos discursiva y temáticamente. Poesía por mandato reúne poemas líricos que dialogan con la escritura meta-ficcional; es decir, poemas de motivos diversos, prosa poética, glosas, microficciones y aforismos. Un libro con estas cualidades cambia la perspectiva crítica. Empiezas a dudar de las fronteras genéricas, de la distribución de los textos, de la prosa y del verso.

Esta compilación, como oportunamente ha subtitulado Calzadilla, es una antología “personal” y no una antología “poética”. Quizá intenta aclararnos que, además de poemas (según la manera tradicional de concebirlo), también coexisten otras variedades expresivas, todas las facetas en las que ha incursionado. Su escritura, variada y elástica, no transita un solo terreno; por el contrario, se bifurca, ramifica y extiende. Poesía por mandato es una meta-antología. Suma antológica, una antología mayor.

Trato de inventariar los títulos que ha dado a conocer hasta los momentos. Son muchos, sin duda. Es un poeta prolífico: el número de antologías es igualmente numeroso. Ya en perspectiva, es posible creer que ese afán de publicación y corrección persigue un motivo concreto: la pieza definitiva, tallada y vuelta a tallar. Para Calzadilla, el poema es perfectible y falible. Casi puedo recrear un escenario hipotético: un viejo artesano que no se conforma con el acabado final de la pieza, que vuelve a ella, con rigor y vigilancia, y la muestra a todos generosamente.

Esta Poesía por mandato no es dictada por la jauría sino por la serenidad y la reflexión. Es proclive a la teorización libre del poema, al precepto irónico. Calzadilla argumenta y orienta: narra, expone, argumenta, describe, dialoga, da órdenes.

La obra de Calzadilla está matizada por cierto grado de culturalismo: citas, epígrafes, menciones y reinvenciones de algunos pasajes del arte y de la historia literaria (Bretón, Balzac, Rodin, Picasso, Pessoa, Ítaca, Ramos Sucre, Reverón). Cada una de esas presencias, en un coloquio sinfónico, define y articula su estilo (sus estilos).

En Poesía por mandato se cumple lo que Gustavo Guerrero ha llamado escritura transversal, la cual “mezcla distintos géneros de discurso y juega a menudo con las fronteras de la institución literaria”. La afianzada valoración como poeta urbano, de la ciudad, empieza a ser difusa. Las motivaciones de Calzadilla no son temáticas sino discursivas. El tópico está debajo de la gran piel del discurso.



*Texto leído durante la presentación de Poesía por mandato (Ateneo de Valencia, 2014). 



Velas de armas, de Juan Calzadilla




-Manuel Iris-


Contrario a la costumbre de las reseñas contemporáneas, no hablo aquí de un libro – Vela de armas (Ediciones  El árbol Editores. Caracas, Venezuela,  2007) – con la tinta fresca todavía, de una ‘novedad’ editorial.  Hablo, sin embargo, de un libro de poesía sumamente actual salido de la pluma de Juan Calzadilla (1930, Altagracia de Orituco), decano de la poesía, el ensayo y la plástica venezolana.

Como si se tratase de un signo caligráfico, pocas líneas son necesarias para trazar su perfil: de talante fielmente vanguardista, participa en la fundación del Grupo Apocalipsis de tendencia surrealista, en Maracaibo,  funda en el diario El Universal la columna 'Reseña de la Semana', dedicada a la actualidad plástica, luego es miembro fundador de El Techo de la Ballena, grupo de vanguardia que repercute de manera significativa en la actividad literaria y plástica durante la década de los ' 60, y es más tarde miembro del movimiento pictórico conocido como Informalismo. Con todo, Calzadilla tiene una obra poética de más de 20 títulos, a la fecha. El más reciente de ellos es el que ahora nos ocupa: Vela de armas.

Porque nada es gratuito (lo que no significa dejar de lado el azar) en poesía, ya desde el título se nos habla de lo que será un conjunto de textos contemplativos, pero no pasivos: como caballero medieval, acaso como Don Quijote en su primera salida, Calzadilla está velando las armas, está quieto y al mismo tiempo cuidando la posibilidad del combate. Velar las armas es estar alerta, y el poeta lo está. Sin embargo, su alerta no atiende al orden normal de las cosas. Por ello, declara en el poema que le sirve de Proemio:

Sólo tengo ojos para lo que no existe
pues lo visible es lo que ya ha sido creado
sin resistencia, sin necesidad de nombrarlo
nuevamente por las palabras…

Lo velado, las armas, se encuentran más allá de lo que ha sido creado y aceptado sin resistencia. La batalla potencial es acaso con la realidad misma, pero no en éste libro. Aquí se cuida lo apetrechado, la munición dispuesta. Es este carácter pre-belicoso lo que me parece cohesiona los poemas tan diversos de Velar las armas, que lo mismo habla de la creación poética que del mundo,  del poeta en el mundo, de sexo o de la muerte.

Visto así, Vela de armas es una colección de poemas y al mismo tiempo un libro integral. Me explico: sus poemas no tienen un eje temático ni formal, pero los une un carácter proposicional: todos los poemas toman una postura respecto de aquello a lo que se refieren. Quiero decir que, como es de esperarse en un artista “total” o “integral”, como él mismo se define haciendo referencia a su capacidad para pasar de una forma artística a la otra casi sin notarlo, éste no es un libro de exploración sino de propuestas. El tono poético de Calzadilla es ya cierto y sólido. Su poesía es, con plena convicción y sin ningún aspaviento dramático, desencantada, de un pesimismo burlón y desenfadado que empieza y termina por desdeñar el preciosismo, la floritura.   Vela de armas es el libro de un poeta decano que se sabe en posición de aconsejar, o acaso mal aconsejar, como lo hace en el segundo poema de su libro, titulado Consejos a los jóvenes poetas, y que yo cito completo:

No digas todo de un golpe,
Dilo poco a poco.
Manda al diablo la versificación y la métrica.
La impostación y la retórica.
Promedia tus necesidades de verbalización
de modo que tu discurso no resulte largo ni torpe.
El poema como el aliento debe ser corto,
y las palabras no demasiado enfáticas
para que, cuando te sientes a escribir
digas con exactitud todo lo que nunca
Llegarás a saber de las cosas.

Este poema, como los demás del libro, afirma una postura sin vacilaciones. No estamos frente a un poeta que se acerca a la poesía para indagar, sino frente a un artista que la usa como medio para expresar que ha tomado partido, que cree algo, aunque ese algo sea precisamente no creer, o en burlarse de esa ‘increíble realidad de las cosas’ que abarca incluso la imagen propia y la ajena. Por esta disociación del “yo” salta más de una vez en el libro la imagen de Rimbraud, disociador de lo mismo hasta volverlo múltiple, que Calzadilla sigue hasta el extremo de titular un poema Yo es otro, partiendo hacia la no-comunión con su propia imagen, en el espejo:

Lo que el espejo dice de mí
no crean que me reconforta.
Cuando me veo en él me veo perdido
como si, más que un espejo,
se tratara de mi fosa.
Ya quisiera yo verme en él de cuerpo entero,
libre de edad y de los estragos del tiempo
sin recibir amenazas
de una sustancia extraña y lisa
que tomándose atribuciones
y hablando en mi nombre
se empeña en demostrar que
ese que veo en el espejo no es yo
sino otro.

Esta disociación entre el cuerpo y la energía inmortal que contiene aparece en varios textos de este libro, diseminados como la intención de no aparentar que se trata de una obsesión recurrente. De modo novedoso, aparece en esos poemas el nada nuevo tema del tempus figit que el poeta aprovecha para hablar de su propio cuerpo como algo lejano, no propio. A veces el poema está incluso fuera del ‘yo’ como hablante lírico. Cito fragmentos de dos poemas consecutivos en el libro, a Como espejo de sí mismo:

Examen de la territorialidad matutina que este sujeto rinde al despertar. Suerte de ceremonia diaria mediante la cual pasa revista a las propiedades de su cuerpo. Despabila, se rasca, examina en el espejo el mapa fláccido de su rostro, flexiona una y otra vez cada uno de sus músculos para verificar si giran en sus cuerpos…
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Y de El espécimen dentro del cual momentáneamente quepo:
Mientras camino me vuelvo real en el espacio que mi cuerpo llena, y me hago evidente como una interrogante que marcha o, con más exactitud, como una palabra ensamblada a duras penas sobre el eje junco de mis dos piernas.
Entiéndase bien, sucede que trato de ser apto, de trata de que existo modelado por las cifras de mi nombre…

Como dije al inicio, éste es un libro de seguridades plenas, aunque sean ellas las que dinamiten la propia concepción de la realidad. Por la factura de los poemas, a pesar de (o precisamente por) ser un libro salido de la pluma de uno de los surrealistas más importantes de Latinoamérica, no me parece éste un libro plenamente surrealista, sino una suerte de cartografía de obsesiones personales desarrolladas como tópicos poéticos, amalgamados por una clara anti-técnica, reservada por momentos.

Uno de los poemas más peculiares por su tema y tratamiento es Asuntos del Trópico, que no puede leerse sin pensar en los poemas llenos de luz escritos por un poeta también venezolano, solamente 8 años menor que Calzadilla, aunque mucho más cuidadoso de la forma del poema, concebido como canto. Hablo por supuesto de Eugenio Montejo, y de su bello texto Trópico absoluto. Por la fecha de publicación, es fácil pensar en una influencia directa del texto de Montejo en el poema de Calzadilla, lo cual es en sí mismo una lección de poesía: las armas se velan contra la realidad, pero jamás contra poesías distintas, mientras efectivamente sean poesía. Por ello adquiere especial significado que la colección en que se publica el libro que ahora reseño se llame precisamente “Alfabeto del mundo”, en honor a un libro de Montejo. Dejando de lado la retórica onírica, el poema de Calzadilla asegura:

El sol
no hace ruido pero cómo
quema. esa es su manera
de dorarnos la píldora
para recordarnos con saña
que le debemos la vida.
Esa es su manera
de pasarnos la cuenta
y de decirnos que son
nuestros cuerpos el papel
donde más goza escribiendo su recibo…

Así, en Vela de armas no hay un tema permanente, pero sí un carácter afirmador que termina por ser el elemento aglutinante del libro.  Ciertamente, debo decirlo, en el libro hay una clara reiteración del tema de la muerte y del cuerpo, que no termina sin embargo por ser su eje central, porque no lo hay. Lo mismo puede decirse de las reflexiones sobre el cómo escribir, esbozadas en los Consejos a los jóvenes poetas, y retomadas en el poema Cuando estás cazando caribús/debes pensar como un caribú, en el que se asegura:

Cuando estés escribiendo, obsérvate como si
fueras la escritura
con el lápiz apuntando hacia el centro de ti
rayándote el alma.

Además de los citados hay poemas que hablan de sexo, el arte y el mercado, el cansancio, la duda permanente, y otros temas…pero el libro es sorprendentemente esbelto, breve. No soprende por ello que cada poema cumpla una función aforística: decir algo, si no claramente expresado, firmemente creído.

Desde mi lectura, cada una de estas posturas, cada poema del libro es una forma de velar las armas, de prevenir el combate que será frontal contra la realidad paralizada…pero no en este libro que ha decidido apelar únicamente a lo invisible, desde el Proemio, dejando afuera lo otro.

Con todos sus aspavientos e ironías, estamos frente a un libro contemplativo  venido de las manos de un guerrero o de un Quijote que conoce las batallas,  que las ha ganado, y que ahora vela y aconseja y que, preocupado por el tiempo, termina el libro escribiendo su Epitafio, e interpelando con ello a los que vendrán después, a los jóvenes aconsejados, a esos lectores que lo siguen y a los cuales, generosa pero veladamente, les anuncia un lugar, una vacante que él mismo heredó:

Todos los que han muerto, murieron por mí.
Todos los que mueren, mueren por mí.
Si no murieron por mí, yo no estaría vivo
ni estuviera yo llenando por ellos
el lugar que dejaron vacío para mí.
No estaría yo ocupado
de escribir en este momento
el poema con que termino.

Vela de armas es, de inicio a fin, un libro en que puede leerse a un poeta dueño de sí mismo y de su propuesta, incluso en su anti-técnica de escritura que algunos lectores pueden leer como escritura simplemente descuidada, pero hay que leer el libro sabiendo su procedencia: Calzadilla es un decano de batalla y al mismo tiempo el más joven de todos, el reinventado.

Contrario a la mayoría de los libros de poesía actuales, Vela de armas no se dedica a cuestionar ni a ‘deconstruir’ nada sino que, partiendo del rechazo de la realidad como la conocemos, ejerce su voluntad expresiva señoreándose, lo que lo hace un libro raro y extremadamente valioso dentro y fuera de la obra de Juan Calzadilla, y de la propia poesía venezolana.

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