sábado, 1 de mayo de 2010

Prólogo



-Edmundo Aray-


Que vivir, que escribir, que defecar como cabeza opuesta al sueño, como cueva de occiso, ¡terrible empresa para el pánico! No entender que el tiempo es oro (el tiempo una enorme empresa), que la cantidad contiene, que la cantidad supera, que el muro prevalece ante su sombra, y la materia es extraña, un simple accesorio, y extraño es el hombre a lo que funge de categoría o permanece en cuanto es repuesto que se ajusta a la conciencia como el chasis de un caro. Aceptar las leyes, las escritas, las orales, las no orales ni escritas. Prolongar la vida respirando las cosas inertes. Y entender que el poeta o el guachimán, es lo mismo, ha sido convertido en ave de rapiña, arrojado de todas partes, arrojado del sueño, sentado como jonás en un barril de pólvora, reconociendo la producción de cadáveres exageradamente grandes. Hombre tendido para venta pública, con riguroso valor de cambio, hombre vaciado como un ojo bajo una impostura, pues el mercado lo exige así, mientras alrededor, a través de infinitas bocas, el mundo se despelleja, se desgasta, sellado increíblemente con toda suerte de obstáculos y maquinaria pesada. Espectador a quien el muro endurece para siempre, espectador en la selva urbana, espectador con su alegría cifrada por despojos de miseria, funcionario privado del sueño, ¡arma peligrosa!, a quien se le obliga a permanecer amarrado de una bala, envilecido sin ninguna razón, envilecido por nada: los volúmenes de historia, las cartas de derechos humanos, las carnicerías, las asambleas de accionistas, las reuniones de policías internacionales, el orden público, los perros de presa, los señores presidentes. Hombre suplantado, un muñón miserable ha tomado mi sitio, una ráfaga interminable de amnesia, un polodígito en el Debe, y las distancias son demasiado largas para la esperanza. Además, debo ejecutar a diario un número de magia para un público enfermo, un público formado exclusivamente de fieras. Hombre alienado, pregunto :¿Soy la presa o el verdugo? Debería escoger ahora mismo. Reconozco. Mas, definitivamente, no puedo elegir. Y si me denuncio en el salto, la cadena me suspende y me acerca más y más al poste, pues las cosas opinan de otro modo.

Pero Juan, el poeta, que no dice Jimmy Porter, hombre abatido, no dice simplemente ¡Aleluya! ¡Estoy vivo! Poeta que no tiene acuerdos, poeta que no pacta, que no busca lo humano por ser infructuoso, que acepta su condición de espectador, de mercancia o de número, asume también su violencia y aúlla:

mas valdría gacer algo, te digo
dispararlos, remover los escombros para buscar una salida
olvidar todo propósito inconcebible y constituir la felicidad
a cualquier precio y del modo más inmediato
con tablas de toda ley de todo naufragio, de toda ferocidad
para tener sobre qué morir el día venidero
y adaptar esa muerte a un fin necesario
hecho a su propia medida
reducir la dicha a términos humanos como mueble
que entra por casa de pobre
y crearla en nombre de todos
por todos los medios que estén a la vista, por los medios lícitos
e ilícitos por medio del bien y por medio del mal
utilizando todos los métodos,
los métodos pacíficos y los métodos bélicos
por los métodos más violentos incluyendo el suicidio

Aúlla para restablecer al desnudo la materia viviente, exige desde la ventana de su último piso el definitivo desbordamiento, las realidades activas, el definitivo oficio que barra todos los despojos, incluyendo la muerte.
Prólogo del libro Dictado por la jauría,
segunda edición de La Liebre Libre
Maracay, Venezuela, 1994
Páginas: 5-7

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