martes, 30 de junio de 2020

Poesía por mandato

Retrato de José Antonio Rosales




-Néstor Mendoza-

Regreso a la escritura de Juan Calzadilla, luego de varios años de oportuno silencio. Voluntariamente he dejado que se convierta en una pulsación natural. Dejé de leerlo con fruición adolescente: ahora me acerco con la tranquilidad necesaria para no decir más o decir menos, para no caer en el abrazo que comprime o en el saludo forzoso.

Al redactar estas anotaciones apelo a la extrañeza. Si un poeta es capaz de resistir segundas y terceras lecturas, después de años de reposo y olvido, entonces ha alcanzado la virtud de la permanencia. El alejamiento voluntario aclara un poco los argumentos, define mejor los contornos. Lo he podido corroborar en su poema “Los cazadores orantes”; el largo aliento de la versificación, la descripción sopesada y delicada que ahora renueva los gustos y la cercanía: “El misterio ampara/ y convierte en prodigio el celaje/de la imagen que al deslizarse/deja sólo de sí la resonancia móvil/de una fronda de cambiantes colores”.

Realizo una sesión de calentamiento, estiro los músculos y me preparo para este nuevo contacto. Ya no se trata de los tópicos habituales, del yo que se fragmenta o del transeúnte contradictorio de la ciudad. Lo que me atrae no es el discurso meta-textual, que seduce al primer acercamiento. Ahora busco los pliegues y las estrías, el leve silbido que se esconde en el interior del caracol. Calzadilla es más estimulante en la medida en que elude por un momento los reflejos de la alteridad: cuando se olvida del cuarto de los espejos.

Desde hace dos décadas aproximadamente, casi todas sus publicaciones han aparecido bajo formas antológicas. Los textos van configurando un nuevo volumen: ocupan un nuevo lugar y una nueva distribución. Diríase que se trata de un juego en el cual las cartas (piezas, poemas) permutan sus posiciones originales, logrando así nuevas lecturas y visiones. Lo ha expresado en su propia obra: “Mi movilidad es lo que hace que viva”. Calzadilla es un corrector de estilo, incisivo y exigente.

Una cosa podemos resaltar: en este libro reciente, nuestro poeta ha delimitado sus textos discursiva y temáticamente. Poesía por mandato reúne poemas líricos que dialogan con la escritura meta-ficcional; es decir, poemas de motivos diversos, prosa poética, glosas, microficciones y aforismos. Un libro con estas cualidades cambia la perspectiva crítica. Empiezas a dudar de las fronteras genéricas, de la distribución de los textos, de la prosa y del verso.

Esta compilación, como oportunamente ha subtitulado Calzadilla, es una antología “personal” y no una antología “poética”. Quizá intenta aclararnos que, además de poemas (según la manera tradicional de concebirlo), también coexisten otras variedades expresivas, todas las facetas en las que ha incursionado. Su escritura, variada y elástica, no transita un solo terreno; por el contrario, se bifurca, ramifica y extiende. Poesía por mandato es una meta-antología. Suma antológica, una antología mayor.

Trato de inventariar los títulos que ha dado a conocer hasta los momentos. Son muchos, sin duda. Es un poeta prolífico: el número de antologías es igualmente numeroso. Ya en perspectiva, es posible creer que ese afán de publicación y corrección persigue un motivo concreto: la pieza definitiva, tallada y vuelta a tallar. Para Calzadilla, el poema es perfectible y falible. Casi puedo recrear un escenario hipotético: un viejo artesano que no se conforma con el acabado final de la pieza, que vuelve a ella, con rigor y vigilancia, y la muestra a todos generosamente.

Esta Poesía por mandato no es dictada por la jauría sino por la serenidad y la reflexión. Es proclive a la teorización libre del poema, al precepto irónico. Calzadilla argumenta y orienta: narra, expone, argumenta, describe, dialoga, da órdenes.

La obra de Calzadilla está matizada por cierto grado de culturalismo: citas, epígrafes, menciones y reinvenciones de algunos pasajes del arte y de la historia literaria (Bretón, Balzac, Rodin, Picasso, Pessoa, Ítaca, Ramos Sucre, Reverón). Cada una de esas presencias, en un coloquio sinfónico, define y articula su estilo (sus estilos).

En Poesía por mandato se cumple lo que Gustavo Guerrero ha llamado escritura transversal, la cual “mezcla distintos géneros de discurso y juega a menudo con las fronteras de la institución literaria”. La afianzada valoración como poeta urbano, de la ciudad, empieza a ser difusa. Las motivaciones de Calzadilla no son temáticas sino discursivas. El tópico está debajo de la gran piel del discurso.



*Texto leído durante la presentación de Poesía por mandato (Ateneo de Valencia, 2014). 



Velas de armas, de Juan Calzadilla




-Manuel Iris-


Contrario a la costumbre de las reseñas contemporáneas, no hablo aquí de un libro – Vela de armas (Ediciones  El árbol Editores. Caracas, Venezuela,  2007) – con la tinta fresca todavía, de una ‘novedad’ editorial.  Hablo, sin embargo, de un libro de poesía sumamente actual salido de la pluma de Juan Calzadilla (1930, Altagracia de Orituco), decano de la poesía, el ensayo y la plástica venezolana.

Como si se tratase de un signo caligráfico, pocas líneas son necesarias para trazar su perfil: de talante fielmente vanguardista, participa en la fundación del Grupo Apocalipsis de tendencia surrealista, en Maracaibo,  funda en el diario El Universal la columna 'Reseña de la Semana', dedicada a la actualidad plástica, luego es miembro fundador de El Techo de la Ballena, grupo de vanguardia que repercute de manera significativa en la actividad literaria y plástica durante la década de los ' 60, y es más tarde miembro del movimiento pictórico conocido como Informalismo. Con todo, Calzadilla tiene una obra poética de más de 20 títulos, a la fecha. El más reciente de ellos es el que ahora nos ocupa: Vela de armas.

Porque nada es gratuito (lo que no significa dejar de lado el azar) en poesía, ya desde el título se nos habla de lo que será un conjunto de textos contemplativos, pero no pasivos: como caballero medieval, acaso como Don Quijote en su primera salida, Calzadilla está velando las armas, está quieto y al mismo tiempo cuidando la posibilidad del combate. Velar las armas es estar alerta, y el poeta lo está. Sin embargo, su alerta no atiende al orden normal de las cosas. Por ello, declara en el poema que le sirve de Proemio:

Sólo tengo ojos para lo que no existe
pues lo visible es lo que ya ha sido creado
sin resistencia, sin necesidad de nombrarlo
nuevamente por las palabras…

Lo velado, las armas, se encuentran más allá de lo que ha sido creado y aceptado sin resistencia. La batalla potencial es acaso con la realidad misma, pero no en éste libro. Aquí se cuida lo apetrechado, la munición dispuesta. Es este carácter pre-belicoso lo que me parece cohesiona los poemas tan diversos de Velar las armas, que lo mismo habla de la creación poética que del mundo,  del poeta en el mundo, de sexo o de la muerte.

Visto así, Vela de armas es una colección de poemas y al mismo tiempo un libro integral. Me explico: sus poemas no tienen un eje temático ni formal, pero los une un carácter proposicional: todos los poemas toman una postura respecto de aquello a lo que se refieren. Quiero decir que, como es de esperarse en un artista “total” o “integral”, como él mismo se define haciendo referencia a su capacidad para pasar de una forma artística a la otra casi sin notarlo, éste no es un libro de exploración sino de propuestas. El tono poético de Calzadilla es ya cierto y sólido. Su poesía es, con plena convicción y sin ningún aspaviento dramático, desencantada, de un pesimismo burlón y desenfadado que empieza y termina por desdeñar el preciosismo, la floritura.   Vela de armas es el libro de un poeta decano que se sabe en posición de aconsejar, o acaso mal aconsejar, como lo hace en el segundo poema de su libro, titulado Consejos a los jóvenes poetas, y que yo cito completo:

No digas todo de un golpe,
Dilo poco a poco.
Manda al diablo la versificación y la métrica.
La impostación y la retórica.
Promedia tus necesidades de verbalización
de modo que tu discurso no resulte largo ni torpe.
El poema como el aliento debe ser corto,
y las palabras no demasiado enfáticas
para que, cuando te sientes a escribir
digas con exactitud todo lo que nunca
Llegarás a saber de las cosas.

Este poema, como los demás del libro, afirma una postura sin vacilaciones. No estamos frente a un poeta que se acerca a la poesía para indagar, sino frente a un artista que la usa como medio para expresar que ha tomado partido, que cree algo, aunque ese algo sea precisamente no creer, o en burlarse de esa ‘increíble realidad de las cosas’ que abarca incluso la imagen propia y la ajena. Por esta disociación del “yo” salta más de una vez en el libro la imagen de Rimbraud, disociador de lo mismo hasta volverlo múltiple, que Calzadilla sigue hasta el extremo de titular un poema Yo es otro, partiendo hacia la no-comunión con su propia imagen, en el espejo:

Lo que el espejo dice de mí
no crean que me reconforta.
Cuando me veo en él me veo perdido
como si, más que un espejo,
se tratara de mi fosa.
Ya quisiera yo verme en él de cuerpo entero,
libre de edad y de los estragos del tiempo
sin recibir amenazas
de una sustancia extraña y lisa
que tomándose atribuciones
y hablando en mi nombre
se empeña en demostrar que
ese que veo en el espejo no es yo
sino otro.

Esta disociación entre el cuerpo y la energía inmortal que contiene aparece en varios textos de este libro, diseminados como la intención de no aparentar que se trata de una obsesión recurrente. De modo novedoso, aparece en esos poemas el nada nuevo tema del tempus figit que el poeta aprovecha para hablar de su propio cuerpo como algo lejano, no propio. A veces el poema está incluso fuera del ‘yo’ como hablante lírico. Cito fragmentos de dos poemas consecutivos en el libro, a Como espejo de sí mismo:

Examen de la territorialidad matutina que este sujeto rinde al despertar. Suerte de ceremonia diaria mediante la cual pasa revista a las propiedades de su cuerpo. Despabila, se rasca, examina en el espejo el mapa fláccido de su rostro, flexiona una y otra vez cada uno de sus músculos para verificar si giran en sus cuerpos…
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Y de El espécimen dentro del cual momentáneamente quepo:
Mientras camino me vuelvo real en el espacio que mi cuerpo llena, y me hago evidente como una interrogante que marcha o, con más exactitud, como una palabra ensamblada a duras penas sobre el eje junco de mis dos piernas.
Entiéndase bien, sucede que trato de ser apto, de trata de que existo modelado por las cifras de mi nombre…

Como dije al inicio, éste es un libro de seguridades plenas, aunque sean ellas las que dinamiten la propia concepción de la realidad. Por la factura de los poemas, a pesar de (o precisamente por) ser un libro salido de la pluma de uno de los surrealistas más importantes de Latinoamérica, no me parece éste un libro plenamente surrealista, sino una suerte de cartografía de obsesiones personales desarrolladas como tópicos poéticos, amalgamados por una clara anti-técnica, reservada por momentos.

Uno de los poemas más peculiares por su tema y tratamiento es Asuntos del Trópico, que no puede leerse sin pensar en los poemas llenos de luz escritos por un poeta también venezolano, solamente 8 años menor que Calzadilla, aunque mucho más cuidadoso de la forma del poema, concebido como canto. Hablo por supuesto de Eugenio Montejo, y de su bello texto Trópico absoluto. Por la fecha de publicación, es fácil pensar en una influencia directa del texto de Montejo en el poema de Calzadilla, lo cual es en sí mismo una lección de poesía: las armas se velan contra la realidad, pero jamás contra poesías distintas, mientras efectivamente sean poesía. Por ello adquiere especial significado que la colección en que se publica el libro que ahora reseño se llame precisamente “Alfabeto del mundo”, en honor a un libro de Montejo. Dejando de lado la retórica onírica, el poema de Calzadilla asegura:

El sol
no hace ruido pero cómo
quema. esa es su manera
de dorarnos la píldora
para recordarnos con saña
que le debemos la vida.
Esa es su manera
de pasarnos la cuenta
y de decirnos que son
nuestros cuerpos el papel
donde más goza escribiendo su recibo…

Así, en Vela de armas no hay un tema permanente, pero sí un carácter afirmador que termina por ser el elemento aglutinante del libro.  Ciertamente, debo decirlo, en el libro hay una clara reiteración del tema de la muerte y del cuerpo, que no termina sin embargo por ser su eje central, porque no lo hay. Lo mismo puede decirse de las reflexiones sobre el cómo escribir, esbozadas en los Consejos a los jóvenes poetas, y retomadas en el poema Cuando estás cazando caribús/debes pensar como un caribú, en el que se asegura:

Cuando estés escribiendo, obsérvate como si
fueras la escritura
con el lápiz apuntando hacia el centro de ti
rayándote el alma.

Además de los citados hay poemas que hablan de sexo, el arte y el mercado, el cansancio, la duda permanente, y otros temas…pero el libro es sorprendentemente esbelto, breve. No soprende por ello que cada poema cumpla una función aforística: decir algo, si no claramente expresado, firmemente creído.

Desde mi lectura, cada una de estas posturas, cada poema del libro es una forma de velar las armas, de prevenir el combate que será frontal contra la realidad paralizada…pero no en este libro que ha decidido apelar únicamente a lo invisible, desde el Proemio, dejando afuera lo otro.

Con todos sus aspavientos e ironías, estamos frente a un libro contemplativo  venido de las manos de un guerrero o de un Quijote que conoce las batallas,  que las ha ganado, y que ahora vela y aconseja y que, preocupado por el tiempo, termina el libro escribiendo su Epitafio, e interpelando con ello a los que vendrán después, a los jóvenes aconsejados, a esos lectores que lo siguen y a los cuales, generosa pero veladamente, les anuncia un lugar, una vacante que él mismo heredó:

Todos los que han muerto, murieron por mí.
Todos los que mueren, mueren por mí.
Si no murieron por mí, yo no estaría vivo
ni estuviera yo llenando por ellos
el lugar que dejaron vacío para mí.
No estaría yo ocupado
de escribir en este momento
el poema con que termino.

Vela de armas es, de inicio a fin, un libro en que puede leerse a un poeta dueño de sí mismo y de su propuesta, incluso en su anti-técnica de escritura que algunos lectores pueden leer como escritura simplemente descuidada, pero hay que leer el libro sabiendo su procedencia: Calzadilla es un decano de batalla y al mismo tiempo el más joven de todos, el reinventado.

Contrario a la mayoría de los libros de poesía actuales, Vela de armas no se dedica a cuestionar ni a ‘deconstruir’ nada sino que, partiendo del rechazo de la realidad como la conocemos, ejerce su voluntad expresiva señoreándose, lo que lo hace un libro raro y extremadamente valioso dentro y fuera de la obra de Juan Calzadilla, y de la propia poesía venezolana.

Texto publicado originalmente en:

El desasimiento de la vida y el espíritu o cómo recibir Golpes de pala en manos de Juan Calzadilla






-Jenifeer Gugliotta Guédez-


La vida me increpa y no hago más que responder sus acusaciones disimuladas, sus atrevimientos, dejadez o euforia con poesía. Escribo o leo poesía, no hay otra opción para un espíritu con ganas de desasirse. Entonces el reflejo de los otros se sobrepone ante mí y convengo una especie de tratado con la palabra, les leo y me releo a través de ellos, en especial si se trata de buena poesía.

Me convierto entonces en otra redactora del texto y mi espíritu va a asirse en las páginas ya escritas, comulgo en la cuidad de Juan (suelo también hacer mío al poeta) y observo con él cómo la calle se divide en dos por un puente, así como se divide la mujer que ve por la ventana, la que está a punto de lanzarse, la que divide (ella como puente) la vida y la muerte. Recibo entonces el primer zarpazo, el primer Golpe de pala y todo se va expandiendo, así como se expanden los pulmones al primer intento de querer tomar aire cuando sientes que te estás ahogando. Juan me muestra una manera distinta de ver la realidad, sus poemas resultan ser una búsqueda interior (el poeta siempre la tendrá) que se exterioriza en este caso con el concreto y el paisaje de la ciudad.

«Algunas veces me quedo parado esperando algo, pero no sé qué». Reza Juan en su poema Por todo el carril, en su libro Golpes de pala (2016:19). Y así nos quedamos muchas veces ante la vida, sin saber siquiera hacia dónde dirigir la estocada, el trayecto se bifurca y esos edificios, las calles, los puentes, los automóviles terminan por convertirse en términos que la gramática muy bien maneja, pero que el poeta toma y deshace para reinventarse, para traducir quizá una verdad que contiene dentro, cambia el discurso para ser a través de él y no solo estar. «Yo no puedo dejar de ser yo mismo». Insiste Juan en su poema Frangmentarista de mí mismo (2016:22) Y todo él confluye. El juego de palabras se hace presente y busca en sí mismo su ser, su verdad: ni antes, ni después, sé es y punto.

Me topo entonces con otro Golpe de pala, y esta vez Juan atina fuertemente: la muerte expresada desde el interior, La vara ciega  y el poema Si algo me impide intentarlo, son textos que nos permiten ver y sentirnos desde adentro, saltar y caer seguro en sí mismo es la opción ¿De qué vale dar el salto? Si ya lo has hecho antes en la mente, incluso has pensado en el dolor, las heridas que pueda ocasionar «…si ya su parábola externa sin necesidad de intentarlo está bien inscrita en mi cuerpo?» (2016:26). Es cuando el desasimiento de la vida y el espíritu ocurren a través de las palabras de Juan, es ese desprenderse de una realidad aparente y enfrentarse a otra, observar y ver desde un ángulo distinto aquello que nos circunda.

Juan no solo juega con la palabra, con el verbo, sino también con todo lo que le rodea: con lo que hay en la vida, y lo conjuga con el espíritu, con ese ser que intenta conseguir un asidero, indagando, prorrumpiendo de manera suspicaz ante todo y todos, nos hace reír con sus textos locuaces, nos hace ver lo absurdo de algunas situaciones, temas que parecen serios, pero que Juan describe con tanta verdad que nos hace sonreír entre líneas: «Comprendo mi dificultad para redondear mi visión a causa de que, cuando voy a ver; cada uno de mis ojos se sitúa en un peldaño distinto (…) Porque el deseo de independencia de cada órgano está en armas. Se satisface en una guerra declarada contra todo principio subordinador». (2016:44)

A través de sus poemas Juan nos demuestra cómo nos herimos, descosemos y cosemos al escribir (y al leer-nos), la palabra se convierte en zaguán para dar entrada al arte, la literatura y la fotografía, siempre teniendo como paisaje a la ciudad y su relación con la interioridad del ser.

Golpes de pala llegó a mí una mañana del mes de mayo. Lo tomé de una librería y decidida a conciliarme (al menos con un libro) me senté a hojearlo. No pude detenerme en su lectura que resultaba en cada frase un Golpe de pala, insistente me exigía desasir el espíritu. Así llegué a El reino de los otros, supe que su prisión había sido la mía, esa que no ves, pero que la certeza va afianzando «…ya la prisión estaba en él antes de advertir que podía ser condenado a ella». (2016:70) Este texto unido a: A diario tengo que rendir cuentas; Las preocupaciones; El origen; El sendero que soy suman al libro de Juan un sustento poético inimaginable, su indagar en el ser y esas divagaciones sobre temas relacionados al espíritu hacen de cierta manera que el lector se detenga a pensar, a ver desde el ojo de Juan una situación que bien vale la pena vislumbrar desde un punto distinto.  «Tengo que suministrarme un origen. (…) Un origen que me garantice que, por fin, admito que comienzo a ser lo que soy». (2016:75)

Es así como me veo recibiendo Golpes de pala, y es precisamente ese sendero, el trayecto que ahora me trazo, lo que me llevó a este libro, y mi espíritu sin mediar más palabras insistente me repite «…disfruta más del viaje que de haber llegado a la meta». (2016:76). Continúo leyendo y como todo libro o poema termina antes de lo acordado o planificado por el mismo poeta que escribe. La nostalgia se hizo presente, sin duda uno de los poemas de Juan con los que guarda más relación mi espíritu, tanto así que me atreví entre las notas que hice al libro a renombrar el poema: El por qué las miradas nostálgicas y entonces me vi reflejada en cada palabra, lo que creía era el pensamiento del poeta se convirtió en mí (ser) y no pude ante el texto más que soltar todo aquello que un día fue, esto que soy, lo que me contiene.



*Texto publicado originalmente en el siguiente enlace:
https://juancalzadilla.com/2019/09/29/el-desasimiento-de-la-vida-y-el-espiritu-o-como-recibir-golpes-de-pala-en-manos-de-juan-calzadilla-por-jenifeer-gugliotta/

Calzadilla mínimo: Discusiones en torno a algunos de sus textos breves




 -Geraudí González Olivares-


Juan Calzadilla centra su trabajo escritural principalmente sobre la base de tres géneros: la poesía, el ensayo y la ficción breve. En este sentido, esta última la convierte en textos cargados en su mayoría de un gran sentido reflexivo, de ese sentido aforístico que predomina en muchos de estos textos breves.

¿Es el aforismo un texto ficcional? Dice el DRAE que el aforismo es una “máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte”. Sin embargo, más allá de la norma o la regla, un aforismo es también una idea literaria; algunos dicen que es una idea poética, con lo cual se puede enunciar una idea que llega de pronto, veloz, a la mente de quien las plantea, sin que necesariamente sea una verdad absoluta, lo cual le permite al autor hallar un espacio para el pensamiento, la reflexión y el espacio crítico.

La lectura no es solo la que hacemos de los libros. También es importante la lectura de la vida, a partir de la reflexión y la interpretación de la realidad. Todo, a partir de la observación.  El sujeto es reflexivo por naturaleza; la lectura se hace a partir de un pensamiento que genera un movimiento crítico y que se asimila de acuerdo a la perspectiva y el marco de conocimiento que tenga el lector.

En este sentido, el aforismo se convierte en un instrumento de reflexión e interpretación no solo del autor que lo emplea, sino del lector que sucumbe ante las ideas que tienen un asidero aforístico. En muchos de los textos breves de Calzadilla, este asidero confirma el estado de ser, el sentir de un personaje, de una voz que reclama o que dice una sentencia, sin prejuicios, pero con el poder del lenguaje. En el capítulo “Un insoportable embudo”, de la novela Bicéfalo, así lo demuestra:

Los objetos están frente a mí, alrededor de la lámpara, como la visión de un arcoíris que los coronara, sereno y resplandeciente, más importante que las cosas mismas. Es todo el testimonio que puedo extraer de ellos para tener la convicción de que, en este momento, existo. Si comienzan a bambolearse, entonces aparece la nada. Porque en lugar de ellas, las palabras con que son designadas esas cosas, las sustituyen. Y empiezo a ver iluminarse las palabras en cada sitio antes ocupado por las cosas, resplandeciendo y oscureciéndose sucesivamente, hasta arrojar al aire series de una misma palabra que adoptan la forma de los avisos de neón, repetidos y decrecientes en dirección a un punto mínimo en donde ya no solo no es posible leer, sino ni porque yo imagine o crea imaginar que los objetos son capaces por sí mismos de sustentarlas, entonces es el vacío lo que surge, un inmenso cero, una suerte de cilindro hueco en cuyo interior se oye únicamente el eco de esas palabras desaparecidas, un insoportable embudo.

Así también, el aforismo como sentencia se manifiesta en “El hombre sensato”, de su libro Principios de urbanidad:

Si es sensato, si es ordenado, con seguridad no es un artista de primera fila. Pregúntale dónde puso tal cosa, en qué gaveta guarda el bolígrafo, en qué tramo del librero están las facturas, en qué bolsillo perdió el llavero, en qué parte de la mesa se han encontrado casualmente el paraguas y la máquina de afeitar? ¿Dónde el Larousse y el Lautréamont? Pregúntale todo esto y si contestara satisfactoriamente ten por seguro que es solo un hombre cabal.
En cambio el poeta, el poeta tiene bien puestos los pies sobre la tierra del ideal.

El enunciado Si es sensato, si es ordenado, con seguridad no es un artista de primera fila, funciona como una sentencia en la que se define al artista como un ser desordenado; establece como regla la condición de ser artista desde la inmadurez, la falta de juicio, todo lo cual es producto de su insensatez.

Como en las instrucciones de Cortázar, las instrucciones de Calzadilla en el Libro de las poéticas recurren al juego de palabras para recrear a un lector que se pierde entre sintagmas a los que debe leer y releer para encontrar un posible significado, una posible interpretación. Como en toda minificción, la posibilidad del texto queda supeditada a la posibilidad del lector. Así vemos en “Instrucciones para leer”:

Más allá de la apariencia el monólogo es un diálogo con lo invisible. A la inversa, en el caso del poeta, todo ensayo de escritura es un tipo de diálogo que tiene como interlocutor al papel. ¿Y es que puede el poeta hacer algo así? Sí, leerse piadosamente. A eso podría reducirse toda esperanza en el porvenir de la poesía.

El diálogo del poeta con el papel, lo hace piadoso ante su propia lectura. Es el poeta, entonces, quien reduce la esperanza de la poesía en ese mismo diálogo. El autor usa la figura del monólogo (ese hablar consigo mismo o con otro que no se sabe existente), para decir que justo ese monólogo es lo opuesto al intento de escritura del poeta ante la hoja en blanco. El propio Calzadilla, en "Diálogo de una sola punta", se pregunta si puede el poeta hacer algo así; y en esa misma tónica se responde y entrega su propia conclusión: es esa la esperanza en el porvenir de la poesía:

-Aquí está la cuerda. Hale usted por esta punta mientras yo sujeto la otra.
-Pero ¿cómo? Si esto no es una cuerda. Es una serpiente.
-Entonces agarre usted la cabeza que yo asiré la cola. ¡No vamos a pelearnos por un problema semántico!

Se establece un diálogo entre dos partes, entre dos puntas. Partes de una misma serpiente. Ambos extremos representan semánticamente la misma causa, el mismo efecto.

En “El pequeño circo”, la obra es vista como el objeto donde se configuran todos los quehaceres de la crítica; el lugar donde se confabulan los éxitos y los fracasos de lo que en torno a ella se dice.

Cuando la obra sólo está enunciada y se considera una promesa, todo es fervor, fascinación y euforia en torno a ella. Pero cuando el enunciado sigue la confirmación, la madurez y la reiteración, y dale que dale, entonces se deja de lado todo lo que en esta obra había de asombro y fervor para expresar nostalgia por la promesa, y desdén por lo que ella ha llegado a ser.

La obra es siempre ese pequeño resguardo del autor, poeta, ensayista, narrador, que dibuja un espacio de su ser, un ser que lo proyecta como escritor, pero que no siempre, ni necesariamente, proyecta su ser como persona. Es la obra, según este breve texto de Calzadilla, un pequeño espacio circense donde se expresan sus actores para decir de ella lo que haya que decir, pero también para extrañar eso que quiso ser, e indiferencia por lo que “ha llegado a ser”.

Por otra parte, Calzadilla se enfrenta al hombre que olvida la infancia para convertirse tempranamente en un adulto, en “Despropósito en torno a un edén”:

Abandonó con premura su infancia y ahora es cuando comprueba que se dejó a sí mismo olvidado en ella. Para regresar busca las llaves y no las encuentra.
Podría recuperarla siempre que llegue a disponer de las palabras justas y necesarias. Las mismas palabras con que renunció a la infancia. Las mismas palabras, ay, con que se condenó a traicionarla.

Parafraseando el texto, ese hombre regresa (o intenta regresar); las llaves que busca y que no encuentra no lo ayudan en esa labor. Solo las palabras justas -el poder de las palabras- podrían ayudarlo en su regreso. La infancia perdida es un tema recurrente en la literatura; encuentra en esta el tema, la fascinación de la nostalgia y los momentos vividos en los primeros años. El poder de la palabra es el arma que consagra la renuncia de un estadio (la infancia) para dar paso a otro: la adultez. Son las palabras las que nos definen y nos permiten vivir como niños perdidos en una fiel y grácil inocencia; o resignarnos a vivir como adultos añorando el edén de la infancia extraviada y lo que dejamos de sí mismos en él.

Calzadilla es un autor que en muchos de sus textos se confronta a sí mismo, se mira, duda de sí; o al menos así lo hace sentir la voz que habla en ellos. El texto “La duda” lo confirma:
En muchos episodios de mi vida la duda se me apareció y pude verla enteramente, de arriba abajo. No tenía ojos, no tenía cuerpo, no tenía manos, ni párpados, no tenía alma. Apenas, en algún lugar invisible de ella misma, pude encontrar, brillando cual óvulo de la nada, su mente en blanco. ¡Dios, cuán grande era!

La duda, eso que representa la incertidumbre en la vida de un individuo, es puesta en escena a propósito de objeto inerte, vacío, sin alma. La duda como ente inasible, pero con la grandeza de ser hallada en la nada del hombre; esa nada que como bien lo dice Hegel, tiene la misma falta de determinación que el ser. Y que Heidegger sostiene como el elemento sobre el cual se soporta la existencia, y revela la naturaleza existencial de la angustia.

La ilusión se transforma en un juego sardónico en el que lo cotidiano funciona para que el sujeto se dé cuenta de la inutilidad de querer alcanzar la perfección. Así lo vemos en “La perfección es un imposible de lo posible”, uno de los textos de Principios de urbanidad:
Tal como unos campesinos que esperan toda la vida a que por enfrente de sus casas pase el trazado de la carretera que conduce a la civilización, así viví yo: arrimado a la ilusión de alcanzar la perfección.

Ah, una ilusión de la cual yo sabía de antemano, como en el fondo, respecto a la carretera, lo sabían también los campesinos, que no me llevaría a ningún lado.
¡Idiota!, nada que hayas hecho está a la altura del deseo de alcanzar la perfección que abrigabas mientras lo hacías. Alcanzar la perfección hace que pienses demasiado en alcanzar la perfección.

Calzadilla nos confronta desde lo breve con lo más profundo de las relaciones humanas; evalúa el contexto, las circunstancias del ser a partir del recurso de la palabra, cuya forma se adhiere a un conjunto de enunciados que terminan por convertirse en una manera de decir, de estar y de sentir, no solo del propio sujeto creador, sino del mismo lector que finalmente termina enfrentado a su propia lectura de mundo.



 *Texto publicado en el libro Oficio de elipsis (El Taller Blanco Ediciones, Bogotá, 2019)



domingo, 28 de junio de 2020

Una lectura a Golpes de pala




-Larry Mejía-


Al leer Golpes de pala, me cuesta volver a ver las cosas que siempre he visto, porque ya no sé si es que ellas son las mismas o si es que –como señala Juan Calzadilla en otro poema hablando de Rimbaud– yo es otro.

Qué baile su prosa, qué difícil seguirle el paso a la descarga de sentidos y contrasentidos y qué falta hace una biografía de su autor, porque quienes estamos cerca de su lumínica existencia y de su obra, nos llenamos de preguntas: ¿de dónde salió este hombre cuyo espíritu llanero, de la cepa de Las lanzas coloradas, viene a movernos el mundo como si su prosa fuera un terremoto? ¿Cómo hacemos para que el universo lea como él?

Este libro renueva mis votos con la poesía venezolana, y me pone a pensar en el Bicéfalo, en la copiosidad de su obra y el vendaval de letras, que me deja caótico.

Juan Calzadilla decía que ellos intentaban ponerle un marco a la ciudad, he visto que ha seguido con esa obsesión, y el marco, esta vez no es el de un cuadro sino el de unas ventanas sin fin a través de las cuales uno ve la ciudad y se aterra; vuelvo a Rimbaud en eso de sentar a la belleza en sus piernas y verla horrible, entonces sus textos en prosa como los poéticos son infinitas ventanas para ver esto que se supone hemos creado, la ciudad: la gran jaula.

Y esas ventanas-poemas funcionan como matrioskas al revés, porque de cada ventana se abre una más grande y la pregunta de lo que veo, de lo que creo, se reevalúa al paso de cada página, de cada marco, de cada ventana.

Entre la espada y la pared, la poesía de Calzadilla derriba la pared, con una espada que convierte a la pared en un muro de dos filos; ¿cómo hace eso? ¿Tiene un tipo de lentes que le concedió la Providencia, gracias a la abstracción conseguida en el museo que es la vida misma? ¿Logra una córnea de otro animal ya extinto a través de la cual puede ver lo que todos tenemos al frente y jamás observamos?

Pienso en estos textos como una poesía kinética, en la cual la ciudad se viste de verdad, al ser desnudada por la prosa, cuyo sentido parece ser en esencia la búsqueda de un origen donde la vida sea más posible, y el concreto no sea, junto a la corbata, la soga que traemos al cuello.

Encontré también en Golpes de pala un discurso de completa guardia sobre el absurdo, y me enfrenté a la lectura sin escapar de la sensación de que algo de mí había en los poemas, digo algo de mis propias inquietudes, que son por supuesto las preocupaciones colectivas, que por serlo, nunca se asumen en plural y solo un espíritu como el de Juan Calzadilla nos regresa el espejo, para ver cómo nos erigimos, o cómo sucumbimos frente a él; de paso alguien que no soy yo –que no termino de serlo– me interroga por la lectura, por qué es lo que estoy leyendo, y no puedo más que pensar en el kilómetro anterior al kilómetro que vendrá, la repetición de un paisaje que como el río de Heráclito está cambiante en su forma de decir lo mismo.

He visto cada texto como una postal de un viaje, a veces imaginario, a veces inamovible y en otras el horroroso viaje de la cotidianidad humana, repetido en sus errores, en sus obras, y en un presente que además de parecer una burla del tiempo, es burla a su vez de cualquier pronóstico. Estas postales exigen una relectura constante, porque ellas mismas están reinterpretándolo todo, son, cómo no, un estallido de la realidad, frente a un ojo agotado de ver lo mismo –un ojo con presbicia–, salvo que en este caso, lo mismo ya no lo es.

Sería bonito ver estos Golpes de pala, en una edición fácil de cargar, como los salmos, de constante consulta, de esos libros que lleva uno en el bolsillo del flux, junto al corazón.

Es de paso una constante en la obra de Calzadilla –aunque suene paradójico– celebrar un ritual, el ritual de la desacralización. Este es un modelo de libro iconoclasta, como de alguna forma son sus poéticas, que de paso retoma en algunos temas aquí expuestos.

“Cuento de nunca acabar” recuerda mucho a Diógenes, quien ladra en los rincones del libro, como seguramente lo hace en su propio inconsciente. Recordé su frase cuando lo increparon por visitar los burdeles: “También el sol entra en los albañales y no se mancha”.

Vi en el cuerpo general del libro algo que me gustó y me pareció aleccionador, y es que la narrativa obliga a la descripción, a ser protagonista de la acción y a establecer con el contexto un diálogo, a veces sin recibir respuestas, pero que convierte a la prosa en un monólogo cuyos matices ambientan y permiten al lector hacer parte de la acción.

“La nostalgia” es para mí el más bonito de todos los textos, por el juego, por la reconciliación con lo que nos hace resentir.

“Big Bang” cierra con tremenda frase: “somos los hijos de un disparo”, la cual podría servir además como un segundo título de los Golpes de pala, pues funciona como imagen de ser balas perdidas en el tiroteo de la vida.

“La escalera y el deseo”, a lo mejor por mi reciente lectura de los documentos de El Techo de la Ballena, me ha parecido un nuevo manifiesto, con las ideas de siempre, o como lo diría Lichtenberg: “Nuevas miradas a través de viejos agujeros”.

“La provincia del hombre” tiene un guiño a Gonzalo Arango y su poema “Tu ombligo capital del mundo”.

“No hay como cuando” sugiere esta futilidad necesaria de la vida y de la escritura que es nuestra forma de vivir. Es uno de los textos que más aprecio en el libro, ya le he señalado muchas veces a Calzadilla que algún día quisiera ser tan buen poeta como él, así para ello tuviera que plagiarlo o robarle, que es una forma de plagio más artístico.

Por ello, Horacio recomienda al poeta en su Epístola a los Pisones guardar el manuscrito hasta que estuviese medio olvidado, y luego, y solo entonces, corregirlo. A mí me parece que este libro lo tenía el poeta aguardado dentro y lo ha sacado para recordarnos la posibilidad de vida que aún tiene un arte tan degradado como la poesía.

Estos Golpes de pala recuerdan que “un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio* ”(Antonio Machado), pero Juan no golpea la tierra, golpea el firmamento, como en ese “Temblor de cielo” acerca del cual escribió Huidobro, a quien también Calzadilla le pasó al paredón como un César Moro venezolano. Y hablando de Moro, vi en él una frase animal, tan humana… en las cartas que desde esta ciudad le escribía a Westphalen y que me recuerdan al editor que no nos quiere dar razón del libro de Juan; si la memoria no me falla la frase de Moro era: “pero de eso no hablemos, pues cuando pienso en ese cerdo del impresor me altero muchísimo”. Haciéndole caso al peruano, sigo con los Golpes de pala sonando en mi memoria y no puedo más que pensar en la sensación con que finalizo la lectura, esto es si vivo en el mismo planeta de Juan Calzadilla. En cualquier caso, qué lejanos estamos de la luz de sus trópicos.

Ciudad de México, XXIV / I / MMXVI

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Prólogo del libro Golpes de pala  (Fundación Editorial El perro y la rana, Caracas, 2016)