domingo, 2 de mayo de 2010

Juan Calzadilla




-Álvaro Marín-

Es la de Calzadilla una metafísica en sentido inverso, el oído puesto en la piedra que emite el ruido de la voz humana, y la de perro que también está en el mismo plano intranscendente del hombre : “ suele ser el asunto el que gira alrededor de tu almohada, como si tu fueras el objeto de tus cavilaciones, y no lo contrario”; es ésta la mirada original que tiene Calzadilla sobre la dimensión del hombre y su intervención ilusoria en la realidad: “todo pasa sin que te des cuenta ¡ y todavía el coraje de creerte dueño del jardín”.

Buena parte de la más reciente poesía latinoamericana denota cierta vacilación al enfrentar sus temas, algunas poéticas aparecen atrapadas en los recursos que utilizan sin trascenderlos. La sutileza de Calzadilla está en verter los elementos sobre si mismos, de llevarlos a la permanente metamorfosis de la contradicción. En términos más rigurosos diríamos que por el recurso de afirmar negando, y por sus logos antiaxiomático, es su método una surreal patafísica. En todo caso Juan Calzadilla es uno de esos poetas que prefieren el riesgo en la escritura cuya expresión enriquece con su temperamento crítico, pues Calzadilla es crítico hasta la blasfemia; bien sabe que la blasfemia es la más sincera autocrítica de la especie humana.

Los rasgos de su poesía, sus agudas pinceladas están trazados por una sensibilidad crítica y reflexiva y no podríamos hacer con ella la consabida osteología académica, pues su poética es honrosamente soslayada.

El segundo colmillo de su blasfemia es su pesimismo que asume de una manera altiva y activa: el humor rasgo del que ha hecho uso para exorcizar sus repulsas a una realidad adversaria.

Calzadilla da cuenta del éxodo del hombre en las ciudades: un éxodo hacia ninguna parte, pues las ciudades no son otra cosa que el museo universal de la vida humana, nada habla con mayor acierto de la complejidad de la vida que la indiferencia del hombre ante ella, y el poeta venezolano ha escrito su poesía como un agudo epitafio sobre l túmulo de esta banalidad.

La tercera agudeza de su tridente blasfematorio es la de ironizar el trascendentalismo en poesía utilizando un lenguaje sin pretensiones y sin embargo se nos muestra trascendental, hondamente reflexiva.

Con una sencillez que repele todo acento retórico, Calzadilla nos lleva a los vacíos, a la oscura niebla del hombre, pues la poesía es ante todo una pregunta; la pregunta humana por el sentido de su propia existencia.

La poesía de Calzadilla exige un lector activo, entrando al poema como a una gran sala concurrida por viejos conocidos: el tiempo y su sombra.

Un poema de Calzadilla se lee una vez, pues al tratar de recomenzarlo ya es otro; es una escritura cinética, que refleja los visos de una realidad nómada en el tiempo, como las palabras, siempre cambiando de hora y lugar, aún más, de personajes, pues tampoco el lector es el mismo al recomenzar la lectura.

Para Juan Calzadilla el tiempo no es una memoria, “es una pared donde el ciego escribe sin comprender”. No se escribe sobre la hoja en blanco, se escribe sobre la esquiva y huidiza niebla del tiempo; todo lo que hace el escritor es trazar los rasgos de su autorretrato en la niebla, deseando que esta niebla tome una consistencia pétrea en la carne de limo del poema, en donde están grabadas las huellas que dejan las esquirlas del tiempo en la resquebrajada noche del hombre. Resuena en esta noche la voz de Calzadilla desde el fondo de sus grietas de esa piedra mítica que es la poesía; su voz nos suena extraña puesto que busca el silencio y a ella respondemos con el balbuceo y el asombro extrañado, con los aplausos y aullidos, con el mal oído de esta fiera amotinada que somos su auditorio.



Extraído de la revista Actual (Mérida) (31) : 272-274
Abril – Septiembre 95

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