miércoles, 1 de julio de 2020

La condición urbana, de Juan Calzadilla




-Luis Ernesto Gómez-

En su diario, donde “nada real sucede”, el poeta nos muestra el otro lado de las situaciones haciendo gala de un ejercitado pensamiento lateral u oblicuo, un aceitado vaivén entre el absurdo y la realidad, donde muchas veces se confunden –el absurdo real o la realidad absurda-, que comulgan en la paradoja (véanse los poemas Comienzo de partida, La milla de oro) y una reflexividad constante se aviva producto de un ojo -o dos- que escruta(n) la realidad con una sensibilidad potenciada, como le presta atención en Diálogos y Ruinas del futuro“Hay diálogos para los que está de más decir / que no es preciso hacer uso de las palabras”.
Juan es un poeta de raza urbana, cacri de pedigree, ladra en el asfalto, pero que se sabe más allá de la simple etiqueta, le canta a la ciudad y se sabe ciudadano de ella. Ello podemos palparlo en los poemas  Este monstruo la ciudad, Bajo nuevo aviso, El habitante precavido, Satori, Iniquidades, de qué paisaje me hablas?, El espacio caníbal, Máscara de latón, Pavimento con nuevo comensal, Celebración caníbal, Piel de asfalto, Conexiones de arcilla, Aquel, El que huye de la ciudad huye de sí, Legítima defensa, Mala convivencia. Así dibuja con naturalidad situaciones con robos y armas, como en La bolsa o la vida, Smith Wesson 38, Postal perforada por un disparo, Bala perdida; accidentes de tránsito (Aún humea, Cruce de avenidas, Accidente); dilemas económicos (Plusvalía);  el ciudadano que empatiza y se asemeja a veces a los perros, él mismo parece serlo cada vez que puede (Las comunicaciones inexactas, Habla condensada la del perro, Si yo ladrara, Este monstruo la ciudad, El agorero). El ciudadano no siempre puritano, dialoga con el campo (Donde los ciudadanos evocan la vida rural),  porque viene de la naturaleza y va hacia ella maravillándose (Derecho a réplica, Paisaje con ruinas, Alborada del náufrago, Fui árbol y centella el mismo día).
Comparte con nosotros la visión del artista plástico ante la contaminación  de la playa (Naturaleza con fondo marino); el mercado del arte (Esta farsa no se detiene); la tecnología (un alud personalSoftware); intercambia imágenes ironizantes con los dichos populares (El uso de la equivocación es una manera de santificarla);  la visión crítica de la patria (Patria mía del humo, Oro del país). No podían faltar sendos retratos o diálogos con personajes históricos (El primer aviso, Humboldt, Camino de hormigas, Desagravio); retratos y homenajes a artistas (Blaise Cendrars, Alquimia del bárbaro, Piaff), y nadie nos protege de su forma particular de lidiar con problemas y noticias infames (Dolores de cabeza, Malas noticias); del escándalo (La condecoración);  de las situaciones aguafiestas (eso de morirse a medianoche)  y no deja escapar la oportunidad para poner la sociedad en el banquillo de los acusados como buen ciudadano (Balada del insatisfecho, Consejos de familia). Posiblemente algún lector se sienta aludido.  Sorprende la variedad temática, cuya aparente dispersión nos obliga darnos cuenta de un universo marítimo donde navegan temas recurrentes y cíclicos de una profunda humanidad inquieta y vigilante que nos lo muestra como un autor vinculado fuertemente con la realidad concreta que le circunda.
Un poeta que escudriña, sopesa y avalúa su palabra, hace gala de amarla,  argumenta su amor (Donde trato de explicarme, la cólera de los invisibles, las palabras no conocen el estado sólido, Crucifixión y muerte de la palabra), o de la frustración de no tenerlas (La voz a veces no me sale), y sabe que no le conviene mencionar su oficio poético ante una solicitud de tarjeta de crédito de un banco. Quizá le sea mejor decir que es ingeniero, médico, o a lo sumo, editor y no el poeta sin visa platónica de bienvenida a La República (El forastero, la levedad de la memoria), no el poeta provocador (Principios de urbanidad), no ese ser invisible en medio del camino, que escribe un diario donde “nada real sucede” -y vaya la paradoja, Juan es un poeta fuertemente vinculado a la realidad-, con su oficio esforzado y doliente, no reconocido y poco útil para la producción de capital y la sociedad de masas, aunque pueda destacarse al observar aristas diferenciales de la realidad, intangibles para el común de la gente -el común denominador-, no ese ser invisibilizado, engavetado.
Soy invisible.
Lo que ustedes están viendo es mi voz.
Que se vayan acostumbrando
Caracas, 21 de diciembre de 2018


Texto tomado del siguiente enlace:


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