-Antonio Trujillo-
El poeta cachorro
Lo que experimentaba yo con más fuerza
cuando iba de paseo por el campo era
el sentimiento de irresponsabilidad.
Un hombre que lleva, metido en un saco,
a su gallo de pelea, sabe a dónde va. También
la mujer que protege a su bebé con un pañuelo
de colores mientras intenta mantener
el equilibrio en medio del bamboleo del camión,
sabe a dónde va.
Los tipos agachados en un rincón de la plataforma,
guarecidos bajo el encerado para protegerse
del inclemente sol, dicen con sus gestos,
sin molestarse en confesarlo por el camino,
que saben a dónde van.
Y a todos les creeríamos.
Sólo el muchacho que mira irresponsablemente
hacia todos los lados sin perder detalle del paisaje
sabe a dónde no va.
Puesto que su meta es la inmensidad.
Este es un poema que hace
memoria de aquellas excursiones que realizaban en el colegio, en las
cuales a uno le tocaba como varón ir en la plataforma del camión. Se
viajaba por todo el pie de monte o por la llanura hacia el sur del
distrito Monagas. De Altagracia de Orituco hacia las estribaciones de la
montaña de Guatopo. Uno iba como un turista, como un pasajero que no
estaba en los planes del conductor, uno se coleaba como dicen,
naturalmente, y sufría todos los embates, ¡imagínate! Una carretera llena
de huecos que se van presentando. Uno observaba a los que iban junto con
uno también en la plataforma que recorría el camión por el camino y
estaban bastante ocupados en sus vidas, en lo que tenían que hacer, en su
destino. Unos iban a vender naranjas, las frutas de sus granja; otros iban
ocupados como el caso del gallero y su pelea, la madre con su niño, todos iban
sumamente ocupados y pendientes de las tareas que iban a realizar.
Pero un muchacho no piensa
en nada porque como dice Baudelaire: “viaja por el placer de viajar”, por supuesto no tiene
absolutamente ninguna meta sino pues la aventura de la poesía, el encuentro con
lo inesperado, con la belleza del paisaje, con lo que desconoce. Eso
revela una sensibilidad, pero no es solo la de poeta, de artista sino
quizás la de todos los muchachos que no tienen en sus vidas en ese momento
de la adolescencia y de la juventud ningún plan, una meta concreta,
entonces el poema trata de eso, y es posible que se refiera con mucha
insistencia a un viaje que hice desde Altagracia de Orituco con el
novelista ya fallecido, por cierto, Argenis Rodríguez, que nos llevó
también en la plataforma de un camión desde Lezama- las cercanías de
Altagracia de Orituco- hasta Cabruta. Fue una aventura muy interesante
porque nos permitió ir descubriendo cosas del paisaje que no conocíamos y
mucha comunicación con la gente, una verdadera aventura poética
porque no teníamos absolutamente ningún propósito sino llegar hasta donde
nos permitiera la bondad del conductor, un viaje que yo recuerdo con mucha
pasión. Estuvimos en Cabruta y de allí pasamos a La Urbana que era
propiamente a donde se dirigía el dueño del camión. Estuvimos allí dos
días, pero Argenis se regresó, tenía premura por volver porque estaba
trabajando en una librería, yo me quedé en La Urbana hasta que pasara el
barco de la Venezolana de Navegación, que en ese momento todavía estaba
activo, él viajaba desde Ature hasta la costa central, hasta La Guaira, pero yo
hice la travesía desde Cabruta hasta Ciudad Bolívar.
Un trayecto donde se van un día y una noche muy interesantes también en pleno invierno y que me permitió quizá disfrutar de uno de los últimos viajes que hizo la Venezolana de Navegación en el Orinoco. Evidentemente tiene mucha fascinación poética porque tú cuentas relatos de escritores como Rufino Blanco Fombona que hizo toda esta travesía hasta Amazonas y también es una especie de anticipación a lo que va a pasar ahora, está a punto de iniciarse un tipo de navegación por el Orinoco hasta el Apure que evidentemente habría que anotarse. Este libro fue publicado en un Municipio llamado Líbano en Colombia, que publica una colección bajo la dirección del poeta Juan Manuel Roca, y éste es el Vol. 3, lo pone Doble Fondo porque son dos autores, en este caso Rómulo Bustos Aguirre, excelente poeta de Cartagena y gran amigo, y Juan Calzadilla. Este poema estaba publicado en Ecólogo de día feriado inicialmente, y extraje poemas de aquí, de allá, para hacer una antología que fuera representativa de mi obra.
Yo estudié en el Colegio
Federal de Altagracia de Orituco la primaria y después continué en el
Liceo Juan Vicente González aquí en Caracas. Hice primaria y secundaria, hasta
cuarto año, en Altagracia y vine aquí a hacer el quinto año, porque allá
no lo había, el quinto año no lo había en esa época que era Humanidades o
Ciencias, entonces yo escogí Humanidades, era un liceo nocturno muy bueno.
Fue una infancia que tuvo
mucho que ver con el campo, en mi familia había unos hacendados y mi
abuelo también había fundado una hacienda de café en la parte que llaman
El Tiamo, en la serranía de las estribaciones de Guatopo, entonces todas
la vacaciones las pasábamos- de Semana Santa y de julio- con mi abuelo, o
me iba yo con familiares, con los tíos también nos íbamos a pasar allá
todo ese tiempo y eso es una cosa verdaderamente hermosa; eso es una finca
de café, llena de atractivos, el campo, los caseríos, caballos, burros,
todo eso era una cosa que motivaba mucho. Y eso duró mucho tiempo, yo
estuve como hasta los 21 años yendo a haciendas de mis familiares, una de
ellas hoy es parte del parque nacional que queda en un sitio que llaman Quebrada
Grande, que queda a orillas del río Orituco, un sitio muy bello, mucha
pesca, mucha cacería… De manera que la relación mía con el campo es un
punto importante y se nota en muchas de las cosas que escribo, a pesar de
que tratan de endilgarme cosas del urbanismo, pero bueno, yo creo que
también en mi poesía soy una suerte en materia ecológica, vamos a decir
que incluso el título de un libro es Ecólogo de día Feriado, después como
una evocación de toda esa experiencia de la infancia, de la adolescencia y
un poco también de la juventud, porque el proyecto mío, antes de ganar el
premio que me hizo dedicarme a las letras, al periodismo, en 1953, cuando
gané el premio del Festival Mundial de la Juventud y la seccional
venezolana era Asociación de Periodistas Venezolanos, el proyecto era
trabajar la agricultura en mi pueblo, en los valles del río Orituco, donde
mis tíos tenían una hacienda, a mí me correspondía, como heredero, una
pequeña parte, pero suficiente como para hacer una granja y el proyecto era
quedarme ahí, pero me puse a mandar un poema a un concurso, un texto largo
que trata sobre las montañas, la vida en ese paraíso, y el hecho de haber
ganado el premio me hizo pensar que mejor me venía a Caracas, que me
trasladara aquí, visto que en esa época era muy difícil terminar los
estudios en la universidades, se la pasaban cerradas, entonces uno tenía
que estar buscando qué hacer y bueno ha sido una vida toda muy llena de
experiencias de ese tipo de exploración del país. Yo he vivido en Mérida,
Barquisimeto, Maracaibo, Altagracia de Orituco, en Valencia, en Coro. ¡Qué
cantidad de sitios donde he vivido! y qué bueno, han nutrido mi vida como
para dedicarle en algún momento unas estrofas, unos versos, como me pasó
con la lectura de Argenis Rodríguez en el sur del estado Guárico.
En aquella época uno para
venir de Altagracia de Orituco, que queda como a 150 km, podía durar tres días,
porque los ríos no tenían puente y era muy fácil que uno de los ríos
estuviera crecido, eran tantos los pasos de río… recuerdo que una vez tardamos
tres días en un sitio que llaman Carmen de Cura, son ríos que no tienen
mucha agua en verano, pero en invierno son muy caudalosos, cuando llueve
intensamente es imposible pasar, tienes que estar ahí el tiempo necesario,
hasta que bajen los caudales.
Ahora tú vas a Altagracia
en tres horas, desde Caracas. Fíjate, ésta es la aventura de un poema que viaja
por una región.
*Testimonio
publicado en Regiones Verbales. Los poemas cuentan su vida. Antonio Trujillo. Fundarte,
2014. Alcaldía de Caracas. 338 pp.
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