miércoles, 1 de julio de 2020

Juan Calzadilla: invitación a un paisaje sin lugar



-Robinson Quintero Ossa-

El descubrimiento de un buen poeta en la vida de un hombre, sea este un iniciado en la poesía o apenas un eventual explorador de ella, es como el descubrimiento de un nuevo amigo que, con el tiempo, se hace entrañable. No por cosas del azar un lector encuentra en determinado poeta el amigo que le acompañará de allí en adelante. De esta magnitud afectiva y espiritual es el encuentro con Juan Calzadilla. En un comienzo el poeta ofrece un trato que, para quien apenas lo conoce, es desconcertante, difícil: es un recién conocido que no entrega fácilmente su confianza. Sin embargo, cuando se logra al fin ganar su cercanía, cuando nos hacemos cómplices de su palabra, es un amigo que se entrega por completo, como ese que, cabal en todo sentido, nos enfrenta y cuestiona sin la más mínima condescendencia.

Calzadilla es un poeta que invita al lector a una suerte de trampa, a una aventura que aun cuando pueda convertirse en un mal trago, ya en la resaca nos entrega un premio: su lucidez. Desde un comienzo, el lector debe ir dispuesto a que lo pongan contra la pared, a asumir incluso el que en un momento dado el poeta se burle de él, como lo hace de sí mismo, que lo desnude, como lo hace con él mismo. Y esto porque en sus textos el venezolano va de continuo poniéndolo todo en duda, cuestionándolo todo, asumiendo una conciencia extrema de las cosas, sin concesiones. El autor interroga, sondea, coteja, construye, trata de darle una salida afortunada al lector, para terminar por dejarlo mordido por la duda, impío, perturbado, vivo o, en una sola palabra, lúcido. Quienes lo leen, entonces, se encuentran ante sus poemas como ante un juego sin resolución, o que no se resuelve como habría de esperarse, al punto de que nada extraño sería el que nos sintiésemos, con versos de Tennesse Williams, “como niños armando el nombre de Dios / con un rompecabezas que está equivocado”.

En general, la obra de Calzadilla es un gran arte poética, lo que quiere decir, un continuo ejercicio de reflexión. Lo anterior dice también de una alta dosis de inteligencia en sus escritos, tan palpable que uno no deja de preguntarse de si además de ante un poeta, no estamos también frente a un profesional de la inteligencia. Sin embargo, lo que en otros no deja de ser cargante, en el poeta venezolano se enriquece por el hecho de que este último es dueño de una sensibilidad poco común, extraña, cuya mayor cualidad radica en el hecho de llevar la palabra a lo que se podría llamar una poética de la causticidad. Toda su obra es un divertimento en el que se tocan de continuo el pensamiento conceptual y la imaginación. Esta singularidad, en últimas, es lo que define su voz, lo que le confiere un carácter propio a su obra. La evidente perspicacia en sus poemas no está puesta al servicio de lo “profundo”, de lo técnicamente literario, sino más bien en función de una claridad que en nada riñe con el humor o con la ironía, y que en modo alguno implica el abandono de la sutileza, del pensamiento llevado a su máximo refinamiento.

Estas, creo yo, son las mayores cualidades y la mejor enseñanza que nos deja su experiencia poética, en la que la ciudad, y dentro de ella el hombre con sus “mínimos” males, está siempre presente como tema central. Calzadilla representa, con fidelidad, la auténtica conciencia de lo que puede definirse como un ser urbano. El autor de Oh Smog Diario para una poesía mínima, dos de sus libros representativos, conoce todos los recovecos de la urbe, pero no  la urbe en un sentido figurativo sino más bien abstracto. Lo imagino, aunque parezca absurda la comparación, como un Whitman que camina sus calles, mas no airoso, no exaltado por la sensualidad, no llamando a la creación de una gran nación, sino meditativo y alerta, lleno de intimidad, construyendo una nación de más pertinencia y más común a todos los hombres, la nación del pensamiento: ese paisaje sin lugar.

Sirvan las presentes notas para brindar desde estas páginas reconocimiento a una voz que, en el actual panorama de la poesía hispanoamericana, no tiene paragón y que –por lo mismo– aporta con su obra un registro nuevo a las palabras y a la sensibilidad de quienes saben permanecer atentos, de los que todavía no caen adormecidos por las verdades hechas, por las academias, por los programas, por el lugar común; una voz que ha sabido asumir esta intranquilizante paradoja: “la única tradición que debe permitirse el poeta es la del futuro”.

Invito a los que aún no leen los poemas de Juan Calzadilla para que conozcan a alguien que puede ser, en palabras de Wallace Stevens, “un amigo más amigo que el mejor amigo”.


*Texto tomado de la revista Otro Páramo:



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