domingo, 28 de junio de 2020

Una lectura a Golpes de pala




-Larry Mejía-


Al leer Golpes de pala, me cuesta volver a ver las cosas que siempre he visto, porque ya no sé si es que ellas son las mismas o si es que –como señala Juan Calzadilla en otro poema hablando de Rimbaud– yo es otro.

Qué baile su prosa, qué difícil seguirle el paso a la descarga de sentidos y contrasentidos y qué falta hace una biografía de su autor, porque quienes estamos cerca de su lumínica existencia y de su obra, nos llenamos de preguntas: ¿de dónde salió este hombre cuyo espíritu llanero, de la cepa de Las lanzas coloradas, viene a movernos el mundo como si su prosa fuera un terremoto? ¿Cómo hacemos para que el universo lea como él?

Este libro renueva mis votos con la poesía venezolana, y me pone a pensar en el Bicéfalo, en la copiosidad de su obra y el vendaval de letras, que me deja caótico.

Juan Calzadilla decía que ellos intentaban ponerle un marco a la ciudad, he visto que ha seguido con esa obsesión, y el marco, esta vez no es el de un cuadro sino el de unas ventanas sin fin a través de las cuales uno ve la ciudad y se aterra; vuelvo a Rimbaud en eso de sentar a la belleza en sus piernas y verla horrible, entonces sus textos en prosa como los poéticos son infinitas ventanas para ver esto que se supone hemos creado, la ciudad: la gran jaula.

Y esas ventanas-poemas funcionan como matrioskas al revés, porque de cada ventana se abre una más grande y la pregunta de lo que veo, de lo que creo, se reevalúa al paso de cada página, de cada marco, de cada ventana.

Entre la espada y la pared, la poesía de Calzadilla derriba la pared, con una espada que convierte a la pared en un muro de dos filos; ¿cómo hace eso? ¿Tiene un tipo de lentes que le concedió la Providencia, gracias a la abstracción conseguida en el museo que es la vida misma? ¿Logra una córnea de otro animal ya extinto a través de la cual puede ver lo que todos tenemos al frente y jamás observamos?

Pienso en estos textos como una poesía kinética, en la cual la ciudad se viste de verdad, al ser desnudada por la prosa, cuyo sentido parece ser en esencia la búsqueda de un origen donde la vida sea más posible, y el concreto no sea, junto a la corbata, la soga que traemos al cuello.

Encontré también en Golpes de pala un discurso de completa guardia sobre el absurdo, y me enfrenté a la lectura sin escapar de la sensación de que algo de mí había en los poemas, digo algo de mis propias inquietudes, que son por supuesto las preocupaciones colectivas, que por serlo, nunca se asumen en plural y solo un espíritu como el de Juan Calzadilla nos regresa el espejo, para ver cómo nos erigimos, o cómo sucumbimos frente a él; de paso alguien que no soy yo –que no termino de serlo– me interroga por la lectura, por qué es lo que estoy leyendo, y no puedo más que pensar en el kilómetro anterior al kilómetro que vendrá, la repetición de un paisaje que como el río de Heráclito está cambiante en su forma de decir lo mismo.

He visto cada texto como una postal de un viaje, a veces imaginario, a veces inamovible y en otras el horroroso viaje de la cotidianidad humana, repetido en sus errores, en sus obras, y en un presente que además de parecer una burla del tiempo, es burla a su vez de cualquier pronóstico. Estas postales exigen una relectura constante, porque ellas mismas están reinterpretándolo todo, son, cómo no, un estallido de la realidad, frente a un ojo agotado de ver lo mismo –un ojo con presbicia–, salvo que en este caso, lo mismo ya no lo es.

Sería bonito ver estos Golpes de pala, en una edición fácil de cargar, como los salmos, de constante consulta, de esos libros que lleva uno en el bolsillo del flux, junto al corazón.

Es de paso una constante en la obra de Calzadilla –aunque suene paradójico– celebrar un ritual, el ritual de la desacralización. Este es un modelo de libro iconoclasta, como de alguna forma son sus poéticas, que de paso retoma en algunos temas aquí expuestos.

“Cuento de nunca acabar” recuerda mucho a Diógenes, quien ladra en los rincones del libro, como seguramente lo hace en su propio inconsciente. Recordé su frase cuando lo increparon por visitar los burdeles: “También el sol entra en los albañales y no se mancha”.

Vi en el cuerpo general del libro algo que me gustó y me pareció aleccionador, y es que la narrativa obliga a la descripción, a ser protagonista de la acción y a establecer con el contexto un diálogo, a veces sin recibir respuestas, pero que convierte a la prosa en un monólogo cuyos matices ambientan y permiten al lector hacer parte de la acción.

“La nostalgia” es para mí el más bonito de todos los textos, por el juego, por la reconciliación con lo que nos hace resentir.

“Big Bang” cierra con tremenda frase: “somos los hijos de un disparo”, la cual podría servir además como un segundo título de los Golpes de pala, pues funciona como imagen de ser balas perdidas en el tiroteo de la vida.

“La escalera y el deseo”, a lo mejor por mi reciente lectura de los documentos de El Techo de la Ballena, me ha parecido un nuevo manifiesto, con las ideas de siempre, o como lo diría Lichtenberg: “Nuevas miradas a través de viejos agujeros”.

“La provincia del hombre” tiene un guiño a Gonzalo Arango y su poema “Tu ombligo capital del mundo”.

“No hay como cuando” sugiere esta futilidad necesaria de la vida y de la escritura que es nuestra forma de vivir. Es uno de los textos que más aprecio en el libro, ya le he señalado muchas veces a Calzadilla que algún día quisiera ser tan buen poeta como él, así para ello tuviera que plagiarlo o robarle, que es una forma de plagio más artístico.

Por ello, Horacio recomienda al poeta en su Epístola a los Pisones guardar el manuscrito hasta que estuviese medio olvidado, y luego, y solo entonces, corregirlo. A mí me parece que este libro lo tenía el poeta aguardado dentro y lo ha sacado para recordarnos la posibilidad de vida que aún tiene un arte tan degradado como la poesía.

Estos Golpes de pala recuerdan que “un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio* ”(Antonio Machado), pero Juan no golpea la tierra, golpea el firmamento, como en ese “Temblor de cielo” acerca del cual escribió Huidobro, a quien también Calzadilla le pasó al paredón como un César Moro venezolano. Y hablando de Moro, vi en él una frase animal, tan humana… en las cartas que desde esta ciudad le escribía a Westphalen y que me recuerdan al editor que no nos quiere dar razón del libro de Juan; si la memoria no me falla la frase de Moro era: “pero de eso no hablemos, pues cuando pienso en ese cerdo del impresor me altero muchísimo”. Haciéndole caso al peruano, sigo con los Golpes de pala sonando en mi memoria y no puedo más que pensar en la sensación con que finalizo la lectura, esto es si vivo en el mismo planeta de Juan Calzadilla. En cualquier caso, qué lejanos estamos de la luz de sus trópicos.

Ciudad de México, XXIV / I / MMXVI

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Prólogo del libro Golpes de pala  (Fundación Editorial El perro y la rana, Caracas, 2016)

1 comentario:

  1. De tanto insistir en querer aprender un oficio, se termina por aprender. Que es iniciarse.

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