-Larry Mejía-
Al leer Golpes de pala,
me cuesta volver a ver las cosas que siempre he visto, porque ya no sé si es
que ellas son las mismas o si es que –como señala Juan Calzadilla en otro poema
hablando de Rimbaud– yo es otro.
Qué baile su prosa, qué
difícil seguirle el paso a la descarga de sentidos y contrasentidos y qué falta
hace una biografía de su autor, porque quienes estamos cerca de su lumínica
existencia y de su obra, nos llenamos de preguntas: ¿de dónde salió este hombre
cuyo espíritu llanero, de la cepa de Las lanzas coloradas, viene a movernos el
mundo como si su prosa fuera un terremoto? ¿Cómo hacemos para que el universo
lea como él?
Este libro renueva mis
votos con la poesía venezolana, y me pone a pensar en el Bicéfalo, en la
copiosidad de su obra y el vendaval de letras, que me deja caótico.
Juan Calzadilla decía
que ellos intentaban ponerle un marco a la ciudad, he visto que ha seguido con
esa obsesión, y el marco, esta vez no es el de un cuadro sino el de unas
ventanas sin fin a través de las cuales uno ve la ciudad y se aterra; vuelvo a
Rimbaud en eso de sentar a la belleza en sus piernas y verla horrible, entonces
sus textos en prosa como los poéticos son infinitas ventanas para ver esto que
se supone hemos creado, la ciudad: la gran jaula.
Y esas ventanas-poemas
funcionan como matrioskas al revés, porque de cada ventana se abre una más
grande y la pregunta de lo que veo, de lo que creo, se reevalúa al paso de cada
página, de cada marco, de cada ventana.
Entre la espada y la
pared, la poesía de Calzadilla derriba la pared, con una espada que convierte a
la pared en un muro de dos filos; ¿cómo hace eso? ¿Tiene un tipo de lentes que
le concedió la Providencia, gracias a la abstracción conseguida en el museo que
es la vida misma? ¿Logra una córnea de otro animal ya extinto a través de la
cual puede ver lo que todos tenemos al frente y jamás observamos?
Pienso en estos textos
como una poesía kinética, en la cual la ciudad se viste de verdad, al ser
desnudada por la prosa, cuyo sentido parece ser en esencia la búsqueda de un
origen donde la vida sea más posible, y el concreto no sea, junto a la corbata,
la soga que traemos al cuello.
Encontré también en
Golpes de pala un discurso de completa guardia sobre el absurdo, y me enfrenté
a la lectura sin escapar de la sensación de que algo de mí había en los poemas,
digo algo de mis propias inquietudes, que son por supuesto las preocupaciones
colectivas, que por serlo, nunca se asumen en plural y solo un espíritu como el
de Juan Calzadilla nos regresa el espejo, para ver cómo nos erigimos, o cómo
sucumbimos frente a él; de paso alguien que no soy yo –que no termino de serlo–
me interroga por la lectura, por qué es lo que estoy leyendo, y no puedo más
que pensar en el kilómetro anterior al kilómetro que vendrá, la repetición de
un paisaje que como el río de Heráclito está cambiante en su forma de decir lo
mismo.
He visto cada texto
como una postal de un viaje, a veces imaginario, a veces inamovible y en otras
el horroroso viaje de la cotidianidad humana, repetido en sus errores, en sus
obras, y en un presente que además de parecer una burla del tiempo, es burla a
su vez de cualquier pronóstico. Estas postales exigen una relectura constante,
porque ellas mismas están reinterpretándolo todo, son, cómo no, un estallido de
la realidad, frente a un ojo agotado de ver lo mismo –un ojo con presbicia–,
salvo que en este caso, lo mismo ya no lo es.
Sería bonito ver estos
Golpes de pala, en una edición fácil de cargar, como los salmos, de constante
consulta, de esos libros que lleva uno en el bolsillo del flux, junto al
corazón.
Es de paso una
constante en la obra de Calzadilla –aunque suene paradójico– celebrar un
ritual, el ritual de la desacralización. Este es un modelo de libro
iconoclasta, como de alguna forma son sus poéticas, que de paso retoma en
algunos temas aquí expuestos.
“Cuento de nunca
acabar” recuerda mucho a Diógenes, quien ladra en los rincones del libro, como
seguramente lo hace en su propio inconsciente. Recordé su frase cuando lo
increparon por visitar los burdeles: “También el sol entra en los albañales y
no se mancha”.
Vi en el cuerpo general
del libro algo que me gustó y me pareció aleccionador, y es que la narrativa
obliga a la descripción, a ser protagonista de la acción y a establecer con el
contexto un diálogo, a veces sin recibir respuestas, pero que convierte a la
prosa en un monólogo cuyos matices ambientan y permiten al lector hacer parte
de la acción.
“La nostalgia” es para
mí el más bonito de todos los textos, por el juego, por la reconciliación con
lo que nos hace resentir.
“Big Bang” cierra con
tremenda frase: “somos los hijos de un disparo”, la cual podría servir además
como un segundo título de los Golpes de pala, pues funciona como imagen de ser
balas perdidas en el tiroteo de la vida.
“La escalera y el
deseo”, a lo mejor por mi reciente lectura de los documentos de El Techo de la
Ballena, me ha parecido un nuevo manifiesto, con las ideas de siempre, o como
lo diría Lichtenberg: “Nuevas miradas a través de viejos agujeros”.
“La provincia del
hombre” tiene un guiño a Gonzalo Arango y su poema “Tu ombligo capital del
mundo”.
“No hay como cuando”
sugiere esta futilidad necesaria de la vida y de la escritura que es nuestra
forma de vivir. Es uno de los textos que más aprecio en el libro, ya le he
señalado muchas veces a Calzadilla que algún día quisiera ser tan buen poeta
como él, así para ello tuviera que plagiarlo o robarle, que es una forma de
plagio más artístico.
Por ello, Horacio
recomienda al poeta en su Epístola a los Pisones guardar el manuscrito hasta
que estuviese medio olvidado, y luego, y solo entonces, corregirlo. A mí me
parece que este libro lo tenía el poeta aguardado dentro y lo ha sacado para
recordarnos la posibilidad de vida que aún tiene un arte tan degradado como la
poesía.
Estos Golpes de pala
recuerdan que “un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio*
”(Antonio Machado), pero Juan no golpea la tierra, golpea el firmamento, como
en ese “Temblor de cielo” acerca del cual escribió Huidobro, a quien también
Calzadilla le pasó al paredón como un César Moro venezolano. Y hablando de
Moro, vi en él una frase animal, tan humana… en las cartas que desde esta
ciudad le escribía a Westphalen y que me recuerdan al editor que no nos quiere
dar razón del libro de Juan; si la memoria no me falla la frase de Moro era:
“pero de eso no hablemos, pues cuando pienso en ese cerdo del impresor me
altero muchísimo”. Haciéndole caso al peruano, sigo con los Golpes de pala
sonando en mi memoria y no puedo más que pensar en la sensación con que
finalizo la lectura, esto es si vivo en el mismo planeta de Juan Calzadilla. En
cualquier caso, qué lejanos estamos de la luz de sus trópicos.
Ciudad de México, XXIV
/ I / MMXVI
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Prólogo del libro Golpes de pala (Fundación Editorial El perro y la rana, Caracas, 2016)
De tanto insistir en querer aprender un oficio, se termina por aprender. Que es iniciarse.
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